jueves, 2 de diciembre de 2010

Velorio

Aporte de Jaquelina Miranda a Filigranas, una colaboradora que eleva el nivel de esta publicación.

Velorio

Una noche en vela es la espera de un final irreversible, de una despedida. Velar a alguien es pasar con esa persona las últimas horas, observándolo, adorándolo, deteniéndose en cada detalle de su rostro, en sus ojos bien cerrados (como la película), en sus manos si es que se las puede ver, en su boca rígida y recordarla abierta, hablando, comiendo, besando, recordarla en movimiento, viva. El velado está tieso, simplemente descansa. El que vela, en cambio, deambula inquieto, observa sin cesar como queriendo retener esa imagen para siempre, acaricia si se anima, llora, piensa, repasa lo vivido con esa persona, recuerda anécdotas, comentarios, y se resigna a no tenerlo más, se repite una y mil veces para sí mismo: “ya no estará en mi vida”, la imposibilidad de asir a alguien, que es agarrarlo para sí mismo y traerlo contra el cuerpo de uno es desoladora, la falta de contacto es desesperante, es ausencia pura. La ausencia con el tiempo se hace olvido.
La noche de velorio es larga, las horas no pasan más o pasan demasiado rápido y el que vela desespera porque se van con el muerto que es el ser querido que yace ahí esperando que se lo lleven, no se puede hacer nada para detener ese momento ni para postergarlo, tarde o temprano, llega. Va amaneciendo de a poco, se ve una luz tenue por la ventana de la sala que indica que es madrugada de verano y que el final está próximo.
Inquietud de último momento, dolor, ansiedad y agotamiento: todo parece confluir en un estado general de angustia. El muerto, más vivo que nunca en la conciencia del que aún permanece, se va, parte, se aleja, eso sucede en un mero instante. Se cierra el cajón. Desaparece lo asible, la piel, la carne. El resto no es nada, todo lo que queda no es nada para quien ama y pierde el cuerpo de alguien.
La sala queda vacía, permanecen por un rato los olores, las imágenes flotando en el aire hasta que se limpia el sitio y se alista para que pase el que sigue.
Y el que velaba ya no vela más, ahora procesa la ausencia hasta que se convierta en olvido: el duelo.

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