sábado, 11 de diciembre de 2010

Una calle que nadie sueña

En Montevideo hay una calle, una sola de las tantas que uno recorre como en un sueño, que no forma parte del sueño de nadie. Nadie puede soñarla, ni la señora que vive enfrente, ni el verdulero de la esquina, ni el taxista que la recorre; nadie.

En esa calle que nadie sueña, hay un chico que canta, con una lata donde junta monedas y a veces usa como acompañamiento de percusión. La última canción que le escuché decía, con un ritmo complicadísimo de repetir, pero simple en la voz del negrito botija:


Sueña que sueña la casa
hace del día un volcán.
Tu pelo que es huracán
no deja que yo te abrace.

Haces del mundo un lugar
tan fácil de ser vivido.
Vos sabés, yo nunca olvido
y vivo en tu olvido quizás.

Sepan tu vieja y tu viejo
que yo te quiero denserio,
no será serio mi canto,
pero es mío y es verdad.


Sonaba lindo cuando lo cantaba él y escrito así se lee horrible. Creo que son cosas que pasan con la transcripción.

Algo más me sucede y es que no puedo encontrar al negro cuando llego a Montevideo. No es que no me encuentre con él, no puedo encontrarlo, esto es cumplir la acción de buscar y encontrar. Se me aparece cuando camino pensando en otra cosa, "enmimismado" caigo en cuenta de la calle en la que estoy y escucho su voz. Después vuelvo a perderme en otras pasillos y salgo a cumplir con el objetivo explícito del viaje.

La canción permanece por debajo, socavando, por persistente y por mala. Me quedo pensando en eso.

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