sábado, 18 de diciembre de 2010

Tejeda 2010

Y sí, no salió, pero por lo menos ahora puedo compartir esto.


Tus pies (II)

Estoy olvidándome de tus pies. Esta mañana, cuando repetía el recorrido mental que muchas veces hago de tu cuerpo, de algunas conversaciones, de la secuencia de hechos que nos reunió, me di cuenta de que hoy no podría distinguir tus pies de los de cualquiera. Me sería imposible decirte exactamente qué parte o qué característica no recuerdo, si alguna forma del dedo meñique o el color de la planta, porque eso –paradójica¬mente– implicaría recordar.

La sorpresa y la angustia me inundaron cuando justamente, al comparar tu recuerdo, la memoria de tu ser, contra la estructura cualquiera de una mujer, como las que tan bien se exponen en esas revistas que guardo en el baño desde que vivo nuevamente solo, pude comprobar que faltaba algo. Lo sé, en tu pragmatismo estarás pensando que seguramente hay muchas cosas que tampoco puedo recordar de vos y, por otro lado, te causará gracia comprobar que vos ya prácticamente te has olvidado de mí y me has resuelto a esa explicación simple de ser una etapa en tu vida, pero para mí no es tan fácil, nunca lo ha sido.

Interrumpo la línea de pensamiento ahora para imaginar qué recordarás de mí y sabés cuánto me gusta hablar de mí. ¿Será algún aspecto físico, alguna mueca particular, mi forma de caminar o gesticular? Apuesto a que seguramente, si algo te ha de ser difícil de olvidar, deberían ser mis lunares, esas marcas heredadas y propias. O, concretamente ahora, que es la hora de comer, te acordarás de los sándwiches que preparaba los sábados para ver películas acurrucados en el living. Creo que nunca repetí una combinación de ingredientes y es que ponía todo el empeño en sorprenderte y agradarte. Esa vez de la crema de ajo, que terminó con tus vómitos en el baño, fue compensada por otras tantas veces en las que la selección estuvo perfecta, la combinación de matices inconfundibles. Acertar todas las veces era imposible, claro.
¿Te acordás? Creo que yo recuerdo todo, lo bueno, lo malo y lo más-o-menos; salvo ahora tus pies, y es que veo en la memoria la posibilidad y la imposibilidad. Esa muesca que deja la ausencia de algo. ¿Cómo podré hacerte ausente si no puedo recordarte?

A este paso es probable que vuelvas a aparecer en cualquier momento y deba enfrentarte real y presente, ya que habré olvidado tu recuerdo y me será imposible escapar. No sé si comprendés lo terrible de esta cuestión, la angustia que en mí desata el presente, que se construye de incertidumbres y vaguedades, de un deambular torpe y tramposo. El pasado, el recuerdo, el relato, son formas controladas de vida, y he comprobado que puedo soportar tu ausencia, tu falta, porque puedo recorrer minuciosamente nuestros encuentros y desencuentros, nuestro camino confuso y, finalmente, fallido. Pero si te olvido, completamente, y tu cara se vuelve una más en la multitud de rostros de la calle las cosas se vuelven sumamente complicadas.
Si olvido una parte y tendenciosamente pierdo de nuestra historia esos momentos que la llevaron al fracaso, acaso iré reescribiendo nuestros encuentros hacia una historia más feliz y ya no sabré por qué nos separamos. En esta línea, tal vez recobre la esperanza de encontrarnos nuevamente, que vos ya no recuerdes por qué me había vuelto insoportable y me lleves a tu lado para amarte renovadamente. Si el olvido de tus pies es el inicio de todo y te olvido, me olvido, nos olvido lo suficiente, en el pensamiento extremo podré verte en cualquier esquina y volver a enamorarme. A eso le temo y ahí mi desesperación de saber que algo falta y no tener en la memoria la secuencia de hechos que licuó nuestras posibilidades.
Sé que soy un obsesivo que puede merodear estas ideas por tiempo indefinido sin llegar nunca a concretar los actos que hagan a la consecución de una vida más plena. Vos también lo sabés y por eso tal vez fuiste haciendo imposible la relación al punto que nos alejamos, nos dejamos, preferimos recordarnos antes que vernos.

Ahora no sé si es temor o anhelo, y si simplemente estoy forzándome a olvidarte para después encontrarnos y que intentemos reconstruir esta relación. No, no… no funcionaría de todas maneras. Volveríamos a caer en esta forma de nada y como en esas malas resoluciones cinematográficas donde el personaje recapitula todos los hechos para la vuelta de tuerca final, caeríamos en la cuenta del mismo error dos veces y volveríamos a odiarnos.

No, no… no voy a insistir con esto y vos tampoco lo hagas. Fijate que lo pongo así para convencerme que de alguna manera a vos también te pasa algo de esto, como si estuvieras luchando también entre memoria y ganas. Una pavada, discúlpame, una pavada de esas que no puedo controlar y menos mal que no estás acá porque volvería a llenarte la cabeza con estas cosas. Eso es lo bueno, de lo que no debo olvidarme. Claro, no tan bueno. Es lo importante que siempre tengo que tener en cuenta.

Y después me pregunto por qué te escribo esto a vos, y para qué. Porque ya es sabido que las causas pueden estar más o menos claras, considerando cómo soy y esas tendencias que son tan difíciles de esquivar, pero el objetivo que persigo, eso es lo más incierto o lo más frustrante. Tengo claro, y vos me lo has hecho saber sin ningún lugar a dudas, que tu interés en retomar esta relación es absolutamente nulo, que no hay nada que yo pueda hacer o dejar de hacer para que algo en vos vuelva a encontrar en mí lo que se necesita para que estemos nuevamente juntos. Sin embargo, acá estoy: escribiéndote, mientras tus pies, esos de los que no puedo acordarme ahora, caminan otros pasos que ya nada tienen que ver con los míos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Los planos

Mientras pensaba en la reflexión que hace Piglia sobre la escritura interrumpida y me preguntaba si esa no será la característica de toda escritura, tuve una especie de visión que casi me atrevo a nombrar epifanía, pero no, no es para tanto.

Describo aquí la imagen que tuve con el objetivo de ir poniéndola en claro, a ver si va cambiando de color, se enturbia o se hace cristalina; claro que falta revolver todavía, dejarla hervir y agregarle condimentos, no sé.

La visión es la de un sujeto que se desplaza en un plano, mientras el mismo sigue el movimiento (como una sombra o un espejo) en otros planos. El sujeto no puede detener su desplazamiento, pero puede atender conscientemente a un plano por vez. Como en los videojuegos (que palabra antigua) en primera persona donde el personaje está siempre en el centro de la pantalla y el resto se mueve y gira alrededor; se avanza y retrocede, se gana y se pierde, se sube o baja en los niveles. Lo que sucede también, en esta mi imagen y no en los juegos, es que lo que se mueve en un plano está moviéndose en otro a su vez, aunque la atención del sujeto -diría su "yo consciente"- está en un solo nivel, su integralidad está en un movimiento sincronizado en todos ellos.

Mientras me muevo y resuelvo cuestiones en el plano familiar, están moviéndose a su vez significados y conexiones en el plano laboral, personal, de afectos, sueños. La imagen es la de una columna que atraviesa varios pisos y, aunque el foco esté en uno, se desplaza continuamente en un solo dibujo por todas las superficies.

Los planos, a su vez, no son paralelos sino que, con ondulaciones y depresiones, se cruzan entre sí y suman significaciones y símbolos de unos a otros.

En esa complejidad de movimiento se dan las relaciones también y, con suerte -con muchísima suerte-, el encuentro tiene lugar en el mismo plano o, mejor dicho, en el plano superpuesto similar de uno y el otro, aunque también puede existir encuentro (de estas dos columnas que son los sujetos) con impactos múltiples en todos los planos, pero la atención de uno puesta en un lugar y la del otro en otro. Lo que no escapa es el cuerpo, que siempre está en todos los lugares y acusa recibo del movimiento y del encuentro.

Pensaba en esto también y en la linealidad del texto, donde no es posible escapar totalmente al sintagma. La hipertextualidad surge como una interrupción de un sintagma por otro, en la intercalación de una linealidad con otra y no en la superposición, la superposición no es de la línea sino de los planos, de cómo este texto que leo con una intención y con un foco, está a su vez ¿inconscientemente? también en impactando en todos los otros.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Pancito

Levanta el pancito con las dos manos y lo muerde con deleite. No lo abre con los dedos ni lo unta con manteca, simplemente -como si fuera un alimento sagrado- lo sostiene con los dedos largos y flacos de ambas manos y lo muerde con delectación. Con la servilleta en las rodillas, los pies rectos uno al lado del otro, bien sentado, como un buen alumno escuchando la lección, sorbe la sopa y, de tanto en tanto, deja la cuchara a un lado y vuelve a agarrar el pancito -del que va quedando muy poco- y repite la ceremonia para comer otro pedazo.

Mientras va acabando su plato, el alma se le aquieta, se secan las gotas de lluvia que todavía llevaba pegadas en la frente y va mimetizándose con el ambiente del restaurant del hotel céntrico.

Nadie podría sospechar, ni la pareja que come sin mirarse en la mesa contra la ventana, ni los tres viejos que hablan lento de historias y ya no se escuchan entre ellos, ni el gordo solitario que ojea un libro con desgano mientras apura un café, ni los mozos serviciales, el conserje más allá con un sueño que se cae, nadie podría suponer que ese hombre desgarbado y gris, ha matado a alguien esa misma tarde.

martes, 14 de diciembre de 2010

Lluvia

Escritor en transe, escritor en tránsito perpetuo.
Hay dos estaciones en Bogotá: está la de lluvias y la de muchas lluvias. Ahora está en la de muchas lluvias así que uno puede considerarse feliz si ve el sol en algún momento del día.

La lluvia es llave a otra dimensión. En la escuela 182 Martín Miguel de Güemes (ahí aprendí lo que es la diéresis) había días de lluvia en los que nos juntaban varios grados porque quedaban pocos alumnos y, mientras las señoritas hablaban de cualquier cosa, nosotros dibujábamos con ceritas (crayones) en esas hojas canson porosas que tanto quiero. Y todavía me pasa, esa sensación de novedad y libertad que viene con el olor a lluvia y que en la actualidad no tiene tanto asidero. Igual pienso muchas veces a ésta como la excusa perfecta para cualquier retraso: "Es que... ¡vos viste cómo llovía!"

domingo, 12 de diciembre de 2010

Lunes

No se hagan ilusiones, los lunes ya no son tan "happy mondays", tal vez deba intentar tomar café y leer la sección de deportes de cualquier diario, hablar de todo lo que comí el fin de semana y de las próximas vacaciones. Tal vez, pero no creo.

Domingo

Llovió parte de la noche y el aire está fresco y limpio, dos cosas muy raras en esta época del año y en esta región del país, respectivamente.

Un domingo para aprovechar de cabo a rabo, aun con los sinsabores de partidas y sensaciones encontradas, de las tanta ambigüedades que llegan siempre a mí, ahora veo, como una manifestación de mi personalidad profunda.

El mundo adquiere sentido, para mí, en los prolegómenos (me encanta esa palabra, llena la boca aunque uno la lea en silencio) y en los recuerdos. En el presente, en la acción, no hay mucho tiempo de pensar y reflexionar, el sentido se da espontáneamente ahí, subrepticiamente (otra palabra que rebota profundo), y uno sólo lo ve cuando tira el hilo por delante o por detrás.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Una calle que nadie sueña

En Montevideo hay una calle, una sola de las tantas que uno recorre como en un sueño, que no forma parte del sueño de nadie. Nadie puede soñarla, ni la señora que vive enfrente, ni el verdulero de la esquina, ni el taxista que la recorre; nadie.

En esa calle que nadie sueña, hay un chico que canta, con una lata donde junta monedas y a veces usa como acompañamiento de percusión. La última canción que le escuché decía, con un ritmo complicadísimo de repetir, pero simple en la voz del negrito botija:


Sueña que sueña la casa
hace del día un volcán.
Tu pelo que es huracán
no deja que yo te abrace.

Haces del mundo un lugar
tan fácil de ser vivido.
Vos sabés, yo nunca olvido
y vivo en tu olvido quizás.

Sepan tu vieja y tu viejo
que yo te quiero denserio,
no será serio mi canto,
pero es mío y es verdad.


Sonaba lindo cuando lo cantaba él y escrito así se lee horrible. Creo que son cosas que pasan con la transcripción.

Algo más me sucede y es que no puedo encontrar al negro cuando llego a Montevideo. No es que no me encuentre con él, no puedo encontrarlo, esto es cumplir la acción de buscar y encontrar. Se me aparece cuando camino pensando en otra cosa, "enmimismado" caigo en cuenta de la calle en la que estoy y escucho su voz. Después vuelvo a perderme en otras pasillos y salgo a cumplir con el objetivo explícito del viaje.

La canción permanece por debajo, socavando, por persistente y por mala. Me quedo pensando en eso.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Más tarde y qué...

Hay gente que se cree que es fácil, así como así. Que agarrás lo primero que viene a la mente lo ponés ahí y que solito va haciendo un firulete, un sonidito por acá y por allá y que todo cierra perfecto después como por arte de magia o accidente.

A mí no, no me sale así. Tengo que poner un poco de piel acá y de sangre allá, sacudir tantos miedos que muchas veces pienso que no vale la pena ni para mí ni para nadie y que suena feo, simple, retorcido, amargo, tonto, jocoso, suelto, insulso, vehemente, profundo, aburrido. Me vienen a la mente tantos y tantas que lo hacen e hicieron mejor, más lindo, más fácil, que no sé, viste, me da por tirar todo al carajo y dedicarme a ser un tipo serio, calzarme la corbata y la valijita y "vender humo", como me dicen algunos.

Pero después caigo así, como en una desgracia por no sentarme y poner un dedo tras otro, por hacer tanto ruido para tapar lo que nadie puede decir sino yo y vuelvo acá, a vaciarme de mi mismo, a ponerlo todo sin tapujos, a escribir.

jueves, 9 de diciembre de 2010

En un minuto

Queda un minuto para las 11:45 y algo voy a poner en esta entrada. La imposición de publicar no da tregua en un medio tan serio como Filigranas. Habrá que publicar o perecer en el intento. ¡Perecí! (qué palabra más horrible).

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El error

Entre esperas y viajes me devoré "El error" de César Aira. El Salvador como excusa, personajes increíblemente compuestos, realismo mágico con ironía y el mejor humor. La verdad es que es un libro absolutamente disfrutable y para ser leído de una sola sentada.

Una imagen de viajero, en ojos de un delincuente/héroe popular, es un avión que pare mil pequeños aviones en el cielo para distribuir sus pasajeros en los múltiples destinos. Una figura de la dispersión, la ubicuidad y el viaje con sus casi infinitas combinaciones.

La selva, las dimensiones -físicas y morales- de los personajes se entraman en un ejercicio sutil de historias que galopan a ningún lugar y a todos: la soledad y la muchedumbre.

Una sola cosa me jugó de punctum terrible. Una mujer poco instruida, frente a un científico diminuto, concluye que él no tiene inclinaciones sexuales hacia ella porque su libido se ha puesto en el trabajo. Me rememoró a asociaciones demasiado porteñas, a un mundo comentario anclado a una realidad lejana a la del relato. Me sacó del texto, pero tal vez sea yo y no Aira.

martes, 7 de diciembre de 2010

Museos en Bogotá





Del 7 de noviembre.

Ayer recorrí el Museo de Arte Colonial y el Museo Botero de Bogotá. Primera cosa que me impactó fue que ambos fueran de entrada gratuita. Y, en el de Arte Colonial, una sala específicamente dedicada a las migraciones desde Europa, los linajes en América y el mestizaje: negro, indio, zambo, mestizo, chino, lobo, son algunos de los nombres que adquirían los hijos de indios y europeos, africanos e indios, mestizos y africanos. En una sala, parte de una proyección de un procedimiento de limpieza de sangre o de acreditación de linaje es proyectaba sobre la superficie de una cama y me pareció un recurso genial porque, finalmente, de lo que se habla cuando se busca esta explicación de paternidad es saber con quién se ha acostado quién, para dar el estigma a los hijos de las acciones de los padres.

Voy a volarme un poco, si es que esto no se fue absolutamente de tema, y me quedo pensando en el poder de la iglesia católica en ese entonces y en la visión preponderante del valor de la persona por lo que sus predecesores han sido: el valor de lo que viene en la sangre, se transmite con el sexo y condiciona a las personas. Es claro que el valor de la persona por la persona misma, el individuo, es un concepto moderno que vendrá después con el proceso que incluyó a la revolución francesa como ícono. Hasta ese momento: "honrarás a tu padre y a tu madre" es un mandato, pero también -y tal vez mucho más- una condena implacable, para bien o para mal.

En el museo Botero, sin relación con el que nombraba más arriba, me impactaron mucho más que las obras del mismo artista, algunas donadas por él de su colección personal: Miró, Picasso, Klimt, Degas, Max Ernst y varios más; pintores cuyas obras pude ver por primera vez en vivo y en directo, y no reproducidas en un libro o a través de Internet. Tal vez sea por un desplazamiento común en mí, como si pudiera entrar a la biblioteca de un escritor y espiar sus libros, ver la lista de sus preferidos y entender desde ahí cómo construye su obra, o no.

Hoy voy a visitar el Museo del Oro y espero traerme una buena impresión ya que me lo han recomendado con intensidad.

Las imágenes son de pinturas exhibidas en el Museo Botero de Bogotá.
Hoy no. Llamame mañana y hablamos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Los mundos subterráneos


Del pasado 6 de noviembre.

Cuando me toca vivir las experiencias de hoteles y lugares de donde estoy muy atendido, con reglas estrictas, sonrisas preparadas, servicio de calidad, siempre quedo atento a la trama subterránea que da vida a esas superficies. Un hotel de varias estrellas, donde botones y recepcionistas lucen esmeradas sonrisas y gestos bienhumorados, siempre me lleva a pensar en dónde viven ellos, cómo son sus vidas, sus familias, su trato por fuera del ambiente profesional que los contiene. Me quedo pensando en las relaciones de poder dentro de la jerarquía de los roles que cumplen, en los códigos internos.

Me pasa también en cualquier grupo humano, pero más claramente en este tipo de lugares, donde la interacción con "clientes" y "pasajeros" está tan claramente definida. Más allá de que me acostumbro al trato y la forma en que todo está servido, algo no me cierra del todo. Otra vez los hilos y la puesta en escena.

Ayer salí a caminar un poco, un par de cuadras alrededor del hotel. Como está en una zona de oficinas no hay mucho para ver y simplemente me recorrió el temor de lo desconocido, de militares armados para la guerra, oficiales de seguridad con perros para detectar explosivos (hasta cuatro por cuadra). Hoy intentaré salir un poco a conocer la Bogotá vieja y pasear por la ciudad.

Mi perra Tulip

Terminé de leer el libro de J.R. Ackerley que lleva ese título. Seguí con escepticismo la primera parte de la relación de él con su perra, para ir cayendo rápidamente en cuenta de que Tulip es la única compañera que el personaje tiene en su vida y que esa relación tiene sentido recíproco para ambos.

La explicación pormenorizada de la vida sexual de la perra, sus celos y amoríos, me produjo una especie de desenfoque, como cuando escucho a alguien dar vueltas sobre un tema para evitar otro o para poder nombrarlo enmascaradamente. De quien relata en primera persona poco se sabe, pero se entiende, a través de esta compañía permanente y los avatares del animal, mucho más de lo que una autobiografía podría transmitir: caminatas, parques, embarcaderos, rutinas y contemplaciones que, en un modo que no podría ser más inglés, lo dicen todo.

Para terminar el libro me encuentro con el comentario de César Aira en la contratapa y, en esa relación extraña que los libros entablan entre sí, me dispongo ahora sí a comenzar a leer "El error".

domingo, 5 de diciembre de 2010

Hace 11 años

Tomar onces hace once años en Avenida 11 de Septiembre.

Sueños terribles, noche de poco sueño, sol ancho en el cielo e inflamación en todo el cuerpo. Una memoria de otro físico que quiere expresarse de alguna manera. Me cuesta cerrar las manos y también pensar con claridad.

Memoria de olores, de aire denso y sequedad, de metros silenciosos, de soledad.

Del vuelo y demás yerbas

Una entrada que viaja del pasado, del 5 de noviembre.



3:15 AM
Sin pensar mi cursor se detiene en tu nombre. Nombre que había pensado olvidado en alguno de los trámites preparativos del viaje que emprendo hoy, con el ánimo de encontrarme nuevamente conmigo mismo. Me siento a escribir tu nombre en la somnolencia y la fantasía que este paraje inhóspito del aeropuerto presenta a mis ojos.
Tu nombre me llama, me invoca y yo, acompañando el ritual –y eso que evito toda forma de ritual y rutina– veo que renegando he construido a su vez una especie de letanía, de canto que se vuelve una oración antigua, una especie de mantra: literatura.

Los pasajeros nos miramos y nos entendemos, en esta realidad de esperas y agotamiento. Los que parecen salidos de una especie de fábrica de espectros y duendes son los que atienden en los escritorios, personas jóvenes con expresiones exageradas, que se mueven eléctricamente como golpeados por resortes internos que los hacen saltar de una posición a otra. Debo evitar el intento que surge automáticamente de buscarles encastres y perillas, botones y bisagras. Los autómatas sellan, reclaman, indican y ahí voy yo a hacer lo mismo. Por suerte, me he comprado ropa adecuada que tapa mecanismos y engranajes, disimula cables e hilos. Todo es natural, todo esto soy yo también.
Éste soy yo también, el que se deja llevar por el titiritero, el que es el titiritero, el cable, la mano, el teatro y las bambalinas. Todo esto soy yo y no, porque cuando quiero asirme, observarme como una totalidad, me desvanezco en el aire.
Enfrente de mí, alguien que no soy yo, una mujer, se abstrae en la punta de sus zapatos. Su piel es oscura, es negra. Al lado otra mujer y enfrente de ellas un hombre con su mujer. Hay cuatro mujeres que viajan solas y yo soy el único hombre que viajo solo. ¿Haré este cálculo pensando en si tengo posibilidades de estar con alguna de ellas? ¿Cómo si quisiera estar con alguna de ellas?
La conexión inalámbrica del aeropuerto es paga y no pienso pagarla por lo que estas intervenciones saldrán a la luz cuando consiga alguna conexión gratuita en la escala de Panamá o en mi destino en Bogotá.
Ahora voy a leer un rato porque estoy demasiado cansado como para producir algo sensible o inteligente, algo digno.

***
1:10 PM
Nos acercamos al aeropuerto de Panamá, desde donde deberé tomar otro vuelo hacia Bogotá para comenzar el trabajo con mis compañeros y clientes. Me duermo, como desmayado, y después me despierto sobresaltado. Esto varias veces en cada vuelo. Leo un poco, estudio y vuelvo a dormirme.
En una de esas inmersiones tuve un sueño terrible, que no sé si estoy preparado, pero bueno, aquí va. Gente de estómago sensible, abstenerse de leer el contenido entre los corchetes.

[¡Están locos, no voy a poner el sueño acá! Qué se creen husmeando en mí intimidad de esta manera. Ya van a ver.
Siguen acá, bueno… a ver si se la bancan: Manejaba un camión enorme, lleno de combustible o algo explosivo por las calles apretadas de Puerto San Martín. Iba hablando con alguien a mi lado y comiendo una galleta crocante, que en un momento me daba cuenta hecha de cáscaras de moco seco. Distraído por esto y por la charla veía como un auto, delante del camión, realizaba una maniobra brusca y me obligaba a dar un volantazo para no atropellarlo. A pesar del movimiento brusco, el camión se deslizaba a un lado y a otro con gran prestancia, y yo reflexionaba –en el sueño o en el momento de escribirlo, ahora no lo sé– en cómo la tecnología de esos vehículos permite este tipo de movimientos con seguridad.]

Sano el tipo, parece.

Algo se transforma en mí durante los viajes, a través de una sensación de perspectiva enriquecida por una mayor amplitud “scope” y, a la vez, mejor foco. Hoy veía las nubes desde el avión, sus diferentes niveles y alturas, como ganan otra dimensión desde el cielo, lo mismo con los lugares. Los Andes que se proyectaban a lo lejos como moles imposibles, fuera del plano en que se transforma todo lo demás.

sábado, 4 de diciembre de 2010

viernes, 3 de diciembre de 2010

Encuentros

Tener un libro nuevo para empezar a leer me produce una emoción difícil de explicar. Es como tener en la mano el pasaje a un viaje del que no está seguro el destino; tal vez algún pasajero, algún paisaje comentado por otro, pero todo se plantea como un trayecto con resultado incierto y una ruta inexplorada.

No es lo mismo que me pasa con una entrada para el cine o el teatro, el acceso a un museo o una muestra, todas cosas que disfruto, y mucho.

Empezar un libro es como tener una primera cita con alguien: podés haber hablado por teléfono o intercambiado gestos sociales, pero la posibilidad de intimar o enamorarte, así como la de aburrirte o detestar a alguien mueve fibras mucho más intensas.

Eso me espera ahora con "El error" de César Aira. Después les cuento cómo nos fue.

jueves, 2 de diciembre de 2010

El ser


Tampoco estoy de acuerdo con Descartes. Uno no es lo que piensa, ni cuando piensa. Lo que uno es es mucho más complejo e intrincado que eso. Uno es la trama, el aire entre las células del cuerpo, la electricidad que se mueve desde y entre. Es el deseo, la reflexión, la furia, la calma, el hambre y la saciedad momentánea.
Uno piensa desde el cuerpo, desde el deseo, con eso y con los demás. No existe la razón pura. Creo que hay que leer menos Descartes y más a Nietzche, entender que somos voluntad y movimiento, que se piensa caminando, que hay que probar y errar.

Uno no es sólo lo que escribe, es cuando escribe, cómo escribe, dónde, por qué y para quién. Uno es cuando lo leen a uno y cuando lo olvidan. Uno es cuando ama, odia, duerme, sueña, coge, canta, corre, habla. No se puede ser menos o más, ni pensando ni dejando de pensar. Se es y lo grandioso es cuando uno toma conciencia de ese ser, ese destello entre dos nadas, esa palabra entre tanto silencio: una vibración, un espasmo, un orgasmo, la posibilidad de una mínima memoria y un eterno olvido.

Velorio

Aporte de Jaquelina Miranda a Filigranas, una colaboradora que eleva el nivel de esta publicación.

Velorio

Una noche en vela es la espera de un final irreversible, de una despedida. Velar a alguien es pasar con esa persona las últimas horas, observándolo, adorándolo, deteniéndose en cada detalle de su rostro, en sus ojos bien cerrados (como la película), en sus manos si es que se las puede ver, en su boca rígida y recordarla abierta, hablando, comiendo, besando, recordarla en movimiento, viva. El velado está tieso, simplemente descansa. El que vela, en cambio, deambula inquieto, observa sin cesar como queriendo retener esa imagen para siempre, acaricia si se anima, llora, piensa, repasa lo vivido con esa persona, recuerda anécdotas, comentarios, y se resigna a no tenerlo más, se repite una y mil veces para sí mismo: “ya no estará en mi vida”, la imposibilidad de asir a alguien, que es agarrarlo para sí mismo y traerlo contra el cuerpo de uno es desoladora, la falta de contacto es desesperante, es ausencia pura. La ausencia con el tiempo se hace olvido.
La noche de velorio es larga, las horas no pasan más o pasan demasiado rápido y el que vela desespera porque se van con el muerto que es el ser querido que yace ahí esperando que se lo lleven, no se puede hacer nada para detener ese momento ni para postergarlo, tarde o temprano, llega. Va amaneciendo de a poco, se ve una luz tenue por la ventana de la sala que indica que es madrugada de verano y que el final está próximo.
Inquietud de último momento, dolor, ansiedad y agotamiento: todo parece confluir en un estado general de angustia. El muerto, más vivo que nunca en la conciencia del que aún permanece, se va, parte, se aleja, eso sucede en un mero instante. Se cierra el cajón. Desaparece lo asible, la piel, la carne. El resto no es nada, todo lo que queda no es nada para quien ama y pierde el cuerpo de alguien.
La sala queda vacía, permanecen por un rato los olores, las imágenes flotando en el aire hasta que se limpia el sitio y se alista para que pase el que sigue.
Y el que velaba ya no vela más, ahora procesa la ausencia hasta que se convierta en olvido: el duelo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cri, cri, sol

[Exterior Día (muy exterior y muy día, digamos mediodía).]

Misiones, acto escolar en fin de año. Algunos de guardapolvos blancos, blanquísimos, otros en remeras; zapatillas y pantalones cortos para todo el mundo. Noviembre y un calor de morirse.

El abanderado transpira y se va a desmayar en quince minutos más. La mamá le puso corbata para la foto y él casi no puede respirar. El piso late bajo las Topper de lona.

-Termina un año más en la epopeya educativa y, aunados en el esfuerzo y la voluntad de ser cada día mejores personas, docentes y alumnos llegamos (enfatizando la elle) al final de un nuevo período lectivo -la señorita mira a la audiencia por encima de los lentes, da vuelta la hoja y carraspea-. ¡Quinto grado, nos vamos a quedar todos acá hasta que Ustedes se decidan a quedarse quietos! -grita con una voz increíblemente aguda.

Y sigue y sigue por varios minutos que parecen días para mis orejas ardidas de sol y tinclazos del gordo de atrás que me susurra "cuatro ojos, cuatro ojos", como gran insulto.

En un momento, la directora, sobre el final emotivo del discurso en el que ya han ido ingresando representantes de jardín y preescolar, lanza una frase como una bomba, ilustrada por una ronda de vestimentas típicas enanas que miran desconcertadas desde el escenario: -... en este crisol de razas que es la Argentina, somos hermanos, iguales -entornando los ojos al cielo, arrobada en inspiración divina.

Y veo a mis compañeros, imaginando al crisol como un girasol... no, más grande todavía, como un jardín de flores de distintos colores que hacen a la riqueza y belleza del conjunto.

Pero un crisol no tiene nada que ver con eso, es un recipiente para fundir metales, y la analogía tiene que ver con fundirnos en una nueva raza. Con un país como un recipiente, una nación como un balde de fundición, donde se homogeiniza, se funde, se alía, se aliena, se pierde.

Algo hace ruido en ese discurso a fines de los años ochenta y todavía me hace ruido ahora. No sé si está claro, pero yo no quiero fundirme en ningún crisol.