domingo, 5 de diciembre de 2010

Del vuelo y demás yerbas

Una entrada que viaja del pasado, del 5 de noviembre.



3:15 AM
Sin pensar mi cursor se detiene en tu nombre. Nombre que había pensado olvidado en alguno de los trámites preparativos del viaje que emprendo hoy, con el ánimo de encontrarme nuevamente conmigo mismo. Me siento a escribir tu nombre en la somnolencia y la fantasía que este paraje inhóspito del aeropuerto presenta a mis ojos.
Tu nombre me llama, me invoca y yo, acompañando el ritual –y eso que evito toda forma de ritual y rutina– veo que renegando he construido a su vez una especie de letanía, de canto que se vuelve una oración antigua, una especie de mantra: literatura.

Los pasajeros nos miramos y nos entendemos, en esta realidad de esperas y agotamiento. Los que parecen salidos de una especie de fábrica de espectros y duendes son los que atienden en los escritorios, personas jóvenes con expresiones exageradas, que se mueven eléctricamente como golpeados por resortes internos que los hacen saltar de una posición a otra. Debo evitar el intento que surge automáticamente de buscarles encastres y perillas, botones y bisagras. Los autómatas sellan, reclaman, indican y ahí voy yo a hacer lo mismo. Por suerte, me he comprado ropa adecuada que tapa mecanismos y engranajes, disimula cables e hilos. Todo es natural, todo esto soy yo también.
Éste soy yo también, el que se deja llevar por el titiritero, el que es el titiritero, el cable, la mano, el teatro y las bambalinas. Todo esto soy yo y no, porque cuando quiero asirme, observarme como una totalidad, me desvanezco en el aire.
Enfrente de mí, alguien que no soy yo, una mujer, se abstrae en la punta de sus zapatos. Su piel es oscura, es negra. Al lado otra mujer y enfrente de ellas un hombre con su mujer. Hay cuatro mujeres que viajan solas y yo soy el único hombre que viajo solo. ¿Haré este cálculo pensando en si tengo posibilidades de estar con alguna de ellas? ¿Cómo si quisiera estar con alguna de ellas?
La conexión inalámbrica del aeropuerto es paga y no pienso pagarla por lo que estas intervenciones saldrán a la luz cuando consiga alguna conexión gratuita en la escala de Panamá o en mi destino en Bogotá.
Ahora voy a leer un rato porque estoy demasiado cansado como para producir algo sensible o inteligente, algo digno.

***
1:10 PM
Nos acercamos al aeropuerto de Panamá, desde donde deberé tomar otro vuelo hacia Bogotá para comenzar el trabajo con mis compañeros y clientes. Me duermo, como desmayado, y después me despierto sobresaltado. Esto varias veces en cada vuelo. Leo un poco, estudio y vuelvo a dormirme.
En una de esas inmersiones tuve un sueño terrible, que no sé si estoy preparado, pero bueno, aquí va. Gente de estómago sensible, abstenerse de leer el contenido entre los corchetes.

[¡Están locos, no voy a poner el sueño acá! Qué se creen husmeando en mí intimidad de esta manera. Ya van a ver.
Siguen acá, bueno… a ver si se la bancan: Manejaba un camión enorme, lleno de combustible o algo explosivo por las calles apretadas de Puerto San Martín. Iba hablando con alguien a mi lado y comiendo una galleta crocante, que en un momento me daba cuenta hecha de cáscaras de moco seco. Distraído por esto y por la charla veía como un auto, delante del camión, realizaba una maniobra brusca y me obligaba a dar un volantazo para no atropellarlo. A pesar del movimiento brusco, el camión se deslizaba a un lado y a otro con gran prestancia, y yo reflexionaba –en el sueño o en el momento de escribirlo, ahora no lo sé– en cómo la tecnología de esos vehículos permite este tipo de movimientos con seguridad.]

Sano el tipo, parece.

Algo se transforma en mí durante los viajes, a través de una sensación de perspectiva enriquecida por una mayor amplitud “scope” y, a la vez, mejor foco. Hoy veía las nubes desde el avión, sus diferentes niveles y alturas, como ganan otra dimensión desde el cielo, lo mismo con los lugares. Los Andes que se proyectaban a lo lejos como moles imposibles, fuera del plano en que se transforma todo lo demás.

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