sábado, 18 de diciembre de 2010

Tejeda 2010

Y sí, no salió, pero por lo menos ahora puedo compartir esto.


Tus pies (II)

Estoy olvidándome de tus pies. Esta mañana, cuando repetía el recorrido mental que muchas veces hago de tu cuerpo, de algunas conversaciones, de la secuencia de hechos que nos reunió, me di cuenta de que hoy no podría distinguir tus pies de los de cualquiera. Me sería imposible decirte exactamente qué parte o qué característica no recuerdo, si alguna forma del dedo meñique o el color de la planta, porque eso –paradójica¬mente– implicaría recordar.

La sorpresa y la angustia me inundaron cuando justamente, al comparar tu recuerdo, la memoria de tu ser, contra la estructura cualquiera de una mujer, como las que tan bien se exponen en esas revistas que guardo en el baño desde que vivo nuevamente solo, pude comprobar que faltaba algo. Lo sé, en tu pragmatismo estarás pensando que seguramente hay muchas cosas que tampoco puedo recordar de vos y, por otro lado, te causará gracia comprobar que vos ya prácticamente te has olvidado de mí y me has resuelto a esa explicación simple de ser una etapa en tu vida, pero para mí no es tan fácil, nunca lo ha sido.

Interrumpo la línea de pensamiento ahora para imaginar qué recordarás de mí y sabés cuánto me gusta hablar de mí. ¿Será algún aspecto físico, alguna mueca particular, mi forma de caminar o gesticular? Apuesto a que seguramente, si algo te ha de ser difícil de olvidar, deberían ser mis lunares, esas marcas heredadas y propias. O, concretamente ahora, que es la hora de comer, te acordarás de los sándwiches que preparaba los sábados para ver películas acurrucados en el living. Creo que nunca repetí una combinación de ingredientes y es que ponía todo el empeño en sorprenderte y agradarte. Esa vez de la crema de ajo, que terminó con tus vómitos en el baño, fue compensada por otras tantas veces en las que la selección estuvo perfecta, la combinación de matices inconfundibles. Acertar todas las veces era imposible, claro.
¿Te acordás? Creo que yo recuerdo todo, lo bueno, lo malo y lo más-o-menos; salvo ahora tus pies, y es que veo en la memoria la posibilidad y la imposibilidad. Esa muesca que deja la ausencia de algo. ¿Cómo podré hacerte ausente si no puedo recordarte?

A este paso es probable que vuelvas a aparecer en cualquier momento y deba enfrentarte real y presente, ya que habré olvidado tu recuerdo y me será imposible escapar. No sé si comprendés lo terrible de esta cuestión, la angustia que en mí desata el presente, que se construye de incertidumbres y vaguedades, de un deambular torpe y tramposo. El pasado, el recuerdo, el relato, son formas controladas de vida, y he comprobado que puedo soportar tu ausencia, tu falta, porque puedo recorrer minuciosamente nuestros encuentros y desencuentros, nuestro camino confuso y, finalmente, fallido. Pero si te olvido, completamente, y tu cara se vuelve una más en la multitud de rostros de la calle las cosas se vuelven sumamente complicadas.
Si olvido una parte y tendenciosamente pierdo de nuestra historia esos momentos que la llevaron al fracaso, acaso iré reescribiendo nuestros encuentros hacia una historia más feliz y ya no sabré por qué nos separamos. En esta línea, tal vez recobre la esperanza de encontrarnos nuevamente, que vos ya no recuerdes por qué me había vuelto insoportable y me lleves a tu lado para amarte renovadamente. Si el olvido de tus pies es el inicio de todo y te olvido, me olvido, nos olvido lo suficiente, en el pensamiento extremo podré verte en cualquier esquina y volver a enamorarme. A eso le temo y ahí mi desesperación de saber que algo falta y no tener en la memoria la secuencia de hechos que licuó nuestras posibilidades.
Sé que soy un obsesivo que puede merodear estas ideas por tiempo indefinido sin llegar nunca a concretar los actos que hagan a la consecución de una vida más plena. Vos también lo sabés y por eso tal vez fuiste haciendo imposible la relación al punto que nos alejamos, nos dejamos, preferimos recordarnos antes que vernos.

Ahora no sé si es temor o anhelo, y si simplemente estoy forzándome a olvidarte para después encontrarnos y que intentemos reconstruir esta relación. No, no… no funcionaría de todas maneras. Volveríamos a caer en esta forma de nada y como en esas malas resoluciones cinematográficas donde el personaje recapitula todos los hechos para la vuelta de tuerca final, caeríamos en la cuenta del mismo error dos veces y volveríamos a odiarnos.

No, no… no voy a insistir con esto y vos tampoco lo hagas. Fijate que lo pongo así para convencerme que de alguna manera a vos también te pasa algo de esto, como si estuvieras luchando también entre memoria y ganas. Una pavada, discúlpame, una pavada de esas que no puedo controlar y menos mal que no estás acá porque volvería a llenarte la cabeza con estas cosas. Eso es lo bueno, de lo que no debo olvidarme. Claro, no tan bueno. Es lo importante que siempre tengo que tener en cuenta.

Y después me pregunto por qué te escribo esto a vos, y para qué. Porque ya es sabido que las causas pueden estar más o menos claras, considerando cómo soy y esas tendencias que son tan difíciles de esquivar, pero el objetivo que persigo, eso es lo más incierto o lo más frustrante. Tengo claro, y vos me lo has hecho saber sin ningún lugar a dudas, que tu interés en retomar esta relación es absolutamente nulo, que no hay nada que yo pueda hacer o dejar de hacer para que algo en vos vuelva a encontrar en mí lo que se necesita para que estemos nuevamente juntos. Sin embargo, acá estoy: escribiéndote, mientras tus pies, esos de los que no puedo acordarme ahora, caminan otros pasos que ya nada tienen que ver con los míos.

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