jueves, 31 de julio de 2008

Estás haciéndolo

No me di cuenta antes, creo, por responder a esa forma que tienen las grandes verdades que se hacen visibles en un momento y desde entonces no pueden dejar de observarse. Así fue, una certeza, una flecha clavada en la frente en medio de un sueño, un dolor punzante que ya no pude evitar. Me desperté sobresaltado, como sucede ya de un largo tiempo a esta parte, con esa agitación interior mezcla de miedo y ansiedad que trae el olvido y el recuerdo de lo vivido en el mundo interno.

Había corrido por un campo verde de cielo negro. El pasto iluminaba todo, no había otra fuente de luz que el suelo. Corría y volvía a detenerme, con la frustración de sentir que no avanzaba ni retrocedía, ni llegaba a ninguna parte. En un momento, el firmamento parpadeaba, la tierra se apagaba y se hacía una noche negra, perfecta, sofocante, de ojos cerrados contra una almohada, que luego se aclaraba a sangre y sentía calor, mucho calor, y después nada, como si hubiese muerto. Ese fue el comienzo.

Me levanté con esfuerzo y en el baño advertí que estaba haciéndolo; no desde que me despertara, tampoco desde el sueño, sino que venía haciéndolo desde un buen tiempo y pensé que algo fallaba, que no podía ser cierto. Me observé en el espejo, bien de cerca, y comprobé que no era una sensación sino un hecho. No podía detenerme, el ruido era permanente e intenso, como olas y viento, el mar y el desierto. Me metí bajo la ducha implorando a la rutina que trajera sensatez a mi desconcierto. Mientras me llenaba de agua y aún con el estruendo de las gotas rompiéndose en la losa gastada, mientras me esforzaba en los números de azulejos: que si son diez de alto por ocho de ancho, hay ochenta piezas en una pared, que si cada una tiene veinte centímetros de lado, es un metro ochenta por dos, que si el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos… pero fue necesario sólo instante para el reencuentro de mi verdad absoluta de ese momento. Aún con el agua, el ruido, la geometría y el tiempo, aún con todo… seguía haciéndolo. Aquí me asusté y me puse serio, ya que tenía que resolverlo.

Cerré la canilla, me quedé en silencio y fijándome de nuevo en el espejo empañado, me detuve una aureola blanca alrededor de las pupilas de mi reflejo. En otro momento, eso me habría arrastrado como una tormenta. Cualquier día, pero no éste, habría pensado en la trama oculta del universo que muestra sus errores en esos pequeños gestos, como la imprevisión de un creador primigenio, que no supo anticipar que mi mirada en mi reflejo empañado descubriría cómo se escapa una parte del universo en esos mis ojos abiertos. Pero no pensaría eso entonces, no en ese momento.

–Yo puedo controlarlo –dije–. No lo necesito –completé ya sin creerlo. Y haciendo de tripas corazón dejé de hacerlo.

Al principio pareció simple, tal vez por el triunfalismo del primer intento y salí del baño sacando pecho. Ya a los pocos pasos las cosas se complicaron y, casi sin darme cuenta, estuve a punto de hacerlo. Tuve que redoblar esfuerzos para contenerme, pensé que no podía ser, que todavía estaba durmiendo y todo era un terrible sueño, que yo no lo necesitaba, que no era cierto y aunque ya era difícil hasta pensar –tenía un nudo en el pecho, el vientre se me contraía y me temblaban los dedos– por un instante más pude contenerlo. Pero fue sólo eso, llegó la frustración del anhelo y ya estaba otra vez haciéndolo, ahora con mayor energía y hasta violencia. El odio comenzó a carcomerme por dentro. No podía vencerme esto. Yo era más fuerte y, sin embargo, no dejaba de hacerlo. Pensé un momento: todo es cuestión de práctica y adiestramiento. Así como había llegado a mí este flagelo, con práctica y constancia podría detenerlo. Disciplinar la mente, ejercitar el cuerpo y construir el alma son cuestiones de tiempo y esfuerzo. Nadie lo hace bien en el primer intento, nadie logra la maestría en un solo momento, nadie es campeón sin entrenamiento.

Ya más tranquilo me senté en la cama, enfrentado al reloj y después de un breve conteo, volví a intentarlo. Las sensaciones se precipitaron como la primera vez. Con gran esfuerzo pude superar un minuto que sentí eterno. Apretando el reloj contra mi pecho, me acosté en silencio y mientras me hundía despacio en un sueño imperfecto y me resigné de nuevo a seguir haciéndolo. Lentamente, volvieron los campos verdes, los cielos blancos y negros, me fui conformando al verlos: al fin y al cabo, cuando todo sea noche dejaré de hacerlo.

Esteban Morin

Abril de 2008

viernes, 18 de julio de 2008

Vacaciones

El equipo de redacción de esta bitácora se toma vacaciones... con dos de azúcar, como corresponde.
Así que hasta la primera semana del mes de agosto no se publicarán novedades. Para los cientos de fanáticos que ingresan por día, permanecerán disponibles todos los viejos artículos. Así es que pueden revisar y estudiar todo que en cualquier momento viene el examen sorpresa.
Para los ansiosos que esperan saber con qué se econtrarán al regreso, aquí un breve listado de lo que se verá durante la segunda mitad del año:
  • Continuación de la serie "Mateo y..." que tendrá una periodicidad mensual hasta diciembre.
  • Más artículos de J.C. Brandsen que ya está comenzando su recorrida por diferentes espectáculos de vacaciones para hacer un pantallazo al regreso.
  • Cuentos que nunca terminan. Una serie de relatos de principio y nudo.
  • Incorporación de nuevos columnistas especializados en diversas áreas como Narov Joseski, con sus aforismos, Mara Gunt y sus recomendaciones gastronómicas.
No dejen de visitarnos.

miércoles, 9 de julio de 2008

Sobre el teatro







por J.C. Brandsen*

Breve aclaración

La secretaría de redacción de esta columna me ha dado otra oportunidad, muy a pesar de aquellos lectores que se han quejado por mi último artículo “Un crimen”, de expresar nuevamente mis opiniones, aún con la sugerencia –prácticamente una advertencia– de morigerar el tono.

Puedo entender que a ciertos espíritus simples no les guste –o no comprendan– mi estilo refinado y altivo, mi clara superioridad, dada la imperante superficialidad y torpeza de la que son víctimas en los folletines y publicaciones diversas de hoy en día. Intentaré pues, en esta oportunidad y en una estupenda lucha contra mi propia naturaleza, simplificar las expresiones aquí volcadas de tal manera que el vulgo que accede, pueda a su vez obtener algún concepto. Hubiera preferido decir que “con la verdad no ofendo ni temo”, pero es de grandes también saber cuando indicar a manera de cuento, cual relato para un niño pequeño, verdades infinitamente superiores y regalar generosa y humildemente a los compatriotas, aunque sea en una mínima parte, un breve conocimiento, cuyo cúmulo se convierte en verdadero yugo para aquellos “pocos sabios que en el mundo han sido”.

Con humildad, entonces solicito, lean el siguiente artículo y envíen su comentario a la casilla indicada. Los idiotas resentidos, hagan el favor de abstenerse. Quiero decir, se agradecerán los palabras edificantes que permitan al suscribiente mantener esta miserable fuente de trabajo.

J.C. Brandsen

Ribera del Paraná, 15 de julio de 1938



Sobre el teatro

Seleccionar una obra a la que asistir, eligiendo entre las numerosas invitaciones que una persona de mi reconocimiento social recibe diariamente, no es tarea sencilla y requiere de una entereza de carácter poco común. La gente como uno está obligada moralmente a dar su opinión sincera, sin miramientos y sin tapujos. La cuestión es que, luego de ardua deliberación interna, fui a ver una obra breve de varios autores contemporáneos, en una apuesta que una vez más fue un absoluto yerro.

Tal vez compartir mi experiencia con el público lector compense, por fuerza del consejo transmitido, algo del mal trago que tuve que soportar el viernes pasado.

Las sorpresas desagradables comenzaron desde temprano y ya al acceder al salón por una puerta lateral pude comprobar la mala calidad de la acústica y disposición de las localidades, así como la ornamentación extremadamente contrastante de todo el espacio. Resté importancia a esa situación, nimia en fin al contenido de la obra, e ignoré abiertamente las embelesadas expresiones con las que los otros asistentes miraban mi atuendo. Confieso que soy de la vieja escuela y entiendo que al estreno de una obra debe asistirse de rigurosa etiqueta, por lo que en esa oportunidad lucía mi lustroso frac, guantes y galera, algo que debe haber llamado la atención a los impresentables que me rodeaban.

Antes de comenzar la función, una oradora hizo las veces de presentadora y, en un discurso torpemente emotivo, felicitó a los actores por anticipado y dio inicio a la representación con efusivo “música maestro”… una paparruchada.

La obra era un espantoso collage sin el menor sentido artístico. Al ya insulso título, cuyo juego de palabras simplón no causaba el menor asombro, se sumaban las actuaciones con falencias de todo tipo. Los increíbles actores cometían errores al decir sus partes –hasta al pronunciar simples parlamentos– y representaban pobremente sus roles: algunos se bajaron del escenario llorando sin ninguna relación con el hilo de la trama –quizás en un intento modernoso de hacer participar al público– o quedaban atónitos, duros como estacas. El argumento era por demás de insulso y aburrido. Si Brecht viviera, hubiera vuelto a morir de odio o de risa por esta suerte de intento burdo de hacer teatro.

Se veían carencias por todos lados, por el de las interpretaciones ordinarias y la dirección insuficiente, desde la selección del texto y su producción. Ni hablar del sonido y las inexistentes luces, que tal vez quisieron introducir un concepto de hiper-realismo y en tal caso fue pésimamente logrado.

Luego de treinta minutos cayó el telón y pensé en que finalmente había terminado la tortura. Pero fue aún más grande mi turbación cuando, intentando escabullirme, el público estalló en vítores y aplausos rabiosos y se lanzó en búsqueda de los actores para abrazarlos y saludarlos personalemente. Está demás aclarar que huí despavoridamente del lugar y todavía me pregunto exactamente de qué fui testigo en ese momento.

Más allá del asombro del que todavía no me recupero y siempre en un respeto profundo por el arte y los artistas, sugiero enérgicamente no asistir a la función “Ana la rana aragana” producida por el jardín Los Cubitos y protagonizada por asistentes a la sala de tres y cuatro años. No hay derecho a llamar eso teatro.


* Columnista especializado en televisión y entretenimiento, invitado por Filigranas.

viernes, 4 de julio de 2008

Mateo y la socialización

Desde el primer momento supe que esto iba a ser difícil. Dos años representan toda una vida para ambos: compartimos muchas cosas, atravesamos momentos de gritos y llantos, luces y sombras, mudanzas y adaptaciones diversas, vivencias que nos fueron uniendo. Con las madres es distinto, la relación ya viene dada, pero con los padres es así, hay que construirla con trabajo.
Cada uno puso mucho para que se viva este vínculo padre e hijo y que se vea interrumpido –o al menos perturbado– así por el jardín es una complicación para ambos. Ya estoy bastante grande y admito que el dolor es mutuo y que no sólo él sufre la separación, no quiero hacerme el superado, sé que partir es partirse un poco, como dice el refrán, aunque siento que tal vez a él le falten recursos para afrontarlo.
El primer momento fue el más duro, tal como las señoritas lo advirtieron, y después mejoró, habrá sido por el acostumbramiento. Pero aún ahora, cuando ya ha pasado medio año, dejarlo ir, que se encuentre con gente nueva y diferente, que aprenda de sus pares, se desprenda un poco del núcleo familiar y haga cosas distintas sigue doliendo un poco acá, arriba de la boca del estómago y cerca de la garganta. Sí, sé que es importante para él y también para mí, pero agradezco que estén esas tardes que seguimos compartiendo juegos y, por momentos, ese silencioso acompañamiento de estar ocupados en nuestras cosas, él con sus juguetes y yo con mi trabajo.
Así es todos los días, todas las semanas. Nos separamos temprano a la mañana, fingiendo que todo va a estar bien, le doy un beso y cada uno se enfrenta con su soledad. Dedico esas horas a hacer lo que se espera de mí, a cumplir con mi deber, fingiendo que no mido el tiempo que falta para reencontrarnos. Después espero del otro lado de la puerta y mi ansiedad apenas se contiene. Pienso en cómo le habrá ido, qué habrá aprendido, cómo se sentirá, si estará angustiado, si podremos pasar una tarde en paz o volveremos a pelearnos como ayer. Me imagino que está ahí cerca, detrás de ese muro simple, ambos prisioneros.
Él sabe que lo espero junto con otros que también esperan sus propios reencuentros y sé, porque en esto estoy tan seguro que nos parecemos como astilla y palo, que se siente un poco solo, como si no encajara del todo. Aunque sé también que después se le va a pasar porque a mí me ha pasado.
Entonces la seño me anuncia y salgo, él me alza y me abraza, y en un instante aflojamos toda la tensión. Al final, no ha sufrido tanto… se ve que está aprendiendo y ya podemos vivir algunas cosas separados.

Mateo Morin
Junio de 2008