viernes, 26 de noviembre de 2010

La calor

En julio uno no lo ve, pero después llega, siempre. Como quien no quiere la cosa, un viernes cualquiera te encontrás, a la entrada de diciembre, todo vestido y con el maletín en la mano, mirando la puerta, tomando coraje. Afuera, a las 9 de la mañana, nos acercamos a los 30 grados. Va a ser un infierno el día. Pero si no salgo, si no salgo hoy, tal vez no salga nunca.

Enfrento la puerta y a un costado, sobre la llave de luz, encuentro un sobre cerrado que alguien dejó a mi nombre. Dejo el maletín el suelo, guardo las llaves en el bolsillo y examino el sobre. "Debe ser una cuestión comercial", pensé, "el banco me quiere vender algo". Sostengo el sobre con las dos manos y lo veo a trasluz. Para esto ya me senté sobre el control remoto y encendí el televisor.

El periodista en la pantalla anuncia una máxima cercana a los 40 grados. Me aflojo la corbata y suelto el primer botón de la camisa.

Abro el sobre y es una promoción para comprar cosas inservibles con la tarjeta de crédito.

"Arranco el lunes", pienso mientras me saco los zapatos y el ventilador me enfría la transpiración de la cara.

3 comentarios:

  1. los 30 grados nos hacen dejar de pensar, esa sensación de agobio del verano sanlorencino cargado de humedad y bichos nos aliena y dejamos todo para el lunes, o para marzo directamente, el verano adormece, aquieta, anula, posterga, pone en pausa los proyectos, parece que aun pasa hasta con las cosas que no tienen mucho que ver con la temperatura. Decimos: el año que viene lo vemos, después que pase este fatídico diciembre lo hablamos, cuando pase el calor y terminen las despedidas....
    Odio el verano! Voy por el café, el cine, la lectura en la cama, los proyectos en marcha, la vida funcionando. No me odien! PD: las vacaciones en la playa obvio que sí!

    ResponderEliminar