domingo, 21 de noviembre de 2010

Complicaciones técnicas


Sé que a nadie le interesan, pero necesito explicármelas a mí mismo, las razones por las que esta mañana no se publicó esta columna. Tuve una serie de inconvenientes técnicos que me impidieron escribir la entrada en el horario correspondiente, así que ahora sale, 12 horas después.

Los previos fueron días de intenso trabajo, a los que se sumó el feriado del lunes (mañana) que siempre me despelota los domingos, todo bien mezclado con el ya famoso corte de electricidad matinal de los días festivos en esta ciudad y se me voló la hora y la publicación.

Vino bien porque esta tarde terminé "La novela luminosa" de Mario Levrero, aunque no terminó bien. Levrero escribe muy lindamente, pero me costó mucho atravesar ciertos pasajes y la repetición de figuras de esta novela, que se estructura como un diario, me cansó. Sé que soy un tipo ansioso, pero a la vez me considero un lector bastante paciente -ahora veo, que tal vez demasiado en algunos casos-. Sí, sé que es una combinación algo extraña, pero no por eso verdadera, me cuesta soportar la espera de muchas cosas, pero admito la de una buena historia que da rodeos intensos para mejorar la trama. En cierto modo, lo que vale la pena del libro es el enorme rodeo, aunque con sus desiertos, para un final que sólo me provocó -y siempre confesando que tal vez no haya sido el mejor momento mío para acceder a esta novela- un arqueo de cejas con levantamiento de hombros y boca en mueca de duda. ¡Bah, quién soy yo para criticar a Levrero!

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En la terraza del edificio hay tres tipos, mirando la calle colgados de una baranda. Dos de ellos fuman sin separar los codos del hierro helado. Abajo Montevideo zumba, gorgojea, chapotea, transcurre en un eco de agua vieja. El del medio, después de un leve tambaleo, se separa hacia atrás y, como si despertara de un largo sueño, extiende sus alas, infla el pecho y se eleva sin esfuerzo para después planear livianamente por entre los edificios. El de la izquierda tira el cigarrillo al suelo y lo apaga con la punta del pie izquierdo.
-Un boludo que sólo puede volar un poco -comenta mientras se sube el cuello del sobretodo y encara para la puerta de acceso al edificio.
-Un aburrido -dice el otro mientras se seca las lágrimas con el dorso de la mano.

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