domingo, 7 de noviembre de 2010

Domingo y llueve


Un viejo relato, una semilla del año 2002. Ahora creo que escribo de otra manera, pero no sé si tanto. Tal vez debería volver a esta forma. Coincide que es domingo y estoy llovido.


Es domingo de otoño y llueve. Buenos Aires es terrible cuando llueve. La ciudad se convierte en un lugar crudo y transparente. No sé si es la humedad que penetra y se siente unos centímetros debajo de la piel o es la propia susceptibilidad lo que transforma a las calles y edificios en formas fofas de un paisaje surrealista.
El agua no cae desde el cielo, Buenos Aires se zambulle en ella y todo adquiere ese color traslúcido que deja que la vida sea tan simultáneamente fútil y agria. La vecina castiga a su piano y casi puedo verla inclinada en su banco haciendo sufrir el teclado con su abandono. El portero mira a través de los vidrios de la puerta apoyado sobre el palo de su escoba, con el mentón sobre su mano. Seguramente recuerda mil sueños herrumbrados e inútiles, y se escapa al mundo que él cree debería haber sido, pero no fue y nunca será.
Yo transparente también, intento ocultarme tras las paredes de cristal de este departamento y acepto esta desnudez a duras penas. Los desnudos edificios, bañados y blandos, desprenden ese olor acre de su horrible vida. En las personas se repite esta historia y lanzan su incontenible pena por los ojos, en cada movimiento, en cada palabra. Nada escapa a esta humedad implacable.
Mañana será lunes y es posible que el sol aparezca para secar las transparencias. Tal vez inunde con su irónica luz los cuerpos y las calles, reconstruyendo la máscara que se ha corrido hoy. Pero todavía es domingo y llueve. Realmente no sé que es mejor. Al menos hoy no es posible ocultar nada.

Mayo 2002

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