jueves, 11 de noviembre de 2010

Arena


Se sacó los zapatos calzando la punta del derecho en el talón del izquierdo y después con los dedos del pie desnudo empujó del mismo modo el derecho mientras ya iba cayendo de espaldas en la cama. Permaneció un instante mirando el techo de la habitación hasta que sus ojos, secos de cansancio, se cerraron.

Caminaba un pasillo interminable. El ruido de sus zapatos golpeando en la loza brillante retumbaba en las paredes desnudas de ese corredor brillante. Le ardía la luz de todo el lugar y apenas si podía avanzar. Tanta blancura comenzó a ahogarlo y se llevó la mano al bolsillo en un reflejo por verificar que el aplicador del medicamento contra el asma estaba a mano. Comprobó que estaba desnudo y un escalofrío le recorrió la espalda. Un zumbido penetrante salía de las paredes, una vibración a electricidad recorriendo el mismo espacio que él caminaba lentamente ahora, dudando de la dirección que parecía tan certera.

Dio vuelta la cabeza y el paisaje se repetía a sus espaldas: una distancia interminable que seguía en línea recta, paredes perfectamente blancas y luz insoportable. Volvió la vista al frente y apuró el paso. Sin darse cuenta, luego estaba corriendo desenfrenadamente en la única línea posible, comprobando que el panorama se repetía sin cesar.
Se detuvo apoyado contra la pared de la izquierda, estaba helada. Apenas podía respirar y el zumbido envolvente apenas persistía debajo del silbido desesperado de su respiración. Volvió sobre sus pasos dubitativo, ¿volvía o avanzaba? Cayó al suelo un poco más allá.

Por un minuto agradeció que la blancura estuviera cediendo un poco. Hasta que se dio cuenta de que la oscuridad era causada por un inminente desmayo. Se recostó boca arriba, estirándose sobre el piso duro. El corazón le golpeaba las sienes con un ritmo enloquecido de semifusas torpes. Quería llorar y no podía. Bajó una mano al suelo y sintió un grano de arena, uno solo sobre el piso limpísimo de interminable pasillo. Lo apretó con el índice y lo levantó hasta el rostro. Era eso, simplemente, un grano de arena. Se lo metió en la boca y lo tragó, percibiendo como pasaba apenas por las paredes dilatadas de la garganta.

Se despertó en la misma posición en la que había quedado, con los pies colgando de la cama. Estaba hecho sopa de transpiración. “Qué mierda”, pensó mientras lograba levantarse con mucho esfuerzo y medía la intensidad del dolor de espalda que apenas lo dejaba moverse. “Una mierda”, dijo en voz alta mientras el grano de arena bajaba lento hasta el estómago y le daba un poco de paz.

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