martes, 5 de febrero de 2013

Sobre la novela en construcción


Sobre la novela en construcción
No hay que creerle tanto al cansancio, porque puede ser síntoma de otras cosas, como tedio o miedo: mejor probar haciendo y si la fuerza flaquea, entonces decidir —o entender— que es realmente agotamiento y mejor dejar las cosas para otro momento.
En el taller de ayer, Alejandro insistía en que la exigencia esté puesta en la cantidad y no en la calidad, para intentar dominar la herramienta de escribir y volvernos escritores, sin importar género o temática, la idea es simplemente transformarnos a nosotros mismos en la relación con el texto, pero no desde la postura del que lee o estudia uno, sino desde quien lo produce con todo el vértigo que eso implica.
Hoy caminé por un barrio privado, de árboles hermosos, canales y mucho cielo. Increíble lo que logra el dinero con visión y constancia. No me jodan con que la plata es mala por definición. Se hace mucho por dinero, se escriben buenas cosas por metálico, sin ir más lejos —y en referencia a la necesidad de escribir— también es necesario comer.
Me encantaría saber por qué de sólo caminar por un lugar tan bello me sentía culpable, como si ese momento de placer inocente debería tener una contraparte de sufrimiento que todavía no he pagado o deberé pagar más adelante. Lo mismo me pasa cuando me siento a escribir, esquivo el placer de hacerlo, me oculto y lo enfrento sólo cuando es inevitable, cuando no queda más remedio que sucumbir a su encanto o perecer en la nada. Nefasta postura para avanzar con el deseo.
Vuelvo a pensar en la novela, en las miles de palabras que la pueblan y en cómo me tortura pensar que las ideas que allí coloco, las que desarrollan los personajes o toda la trama no sean dignas de mis lectores. Tres escritores aficionados que se lanzan al descubrimiento de ellos mismos a partir de los textos, se organizan en un taller improvisado que se reúne en un café y ven como sus relatos, sus historias y sus vidas se van entrelazando en el presente y con el pasado. Una mujer irrumpe para desbandar el enjambre que fue anudando a los tres. Los pincha, los motiva, los insulta, los ama, uno por uno. Sofía los va transformando y los enfrenta consigo mismos y entre ellos.
Ella también traerá del pasado la situación inicial que es el fin mismo de la búsqueda de los personajes. Diego, Jacobo y Santiago, van a encontrar por fin el nudo que moviliza todas sus producciones, desde lo disímiles y entrecortadas. En paralelo, los relatos que ellos mismos irán volcando a la relación y al desarrollo de este pseudo taller van a ir evolucionando con la historia, para complicar a los personajes, ilustrarlos y traer al mundo de los otros sus miedos más íntimos y sus partes lúdicas.
En un invierno porteño que busca llenarse de luz, la historia se desarrolla entre calles y cafés, bares y taxis.
La metáfora central será el cajón de medias, un baúl donde los tres compartirán los “calcetines”, como partes de sí mismos que están en busca de otras medias o mitades. El texto comienza con una cita de Libro de Manuel, de Julio Cortázar: “Los hechos tienden a ocurrir vestidos de palabras.”

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