viernes, 8 de febrero de 2013

78 días, 317 kilómetros ¡Eso!


Estoy corriendo bastante y eso es lo importante. Claro, también están los pasos que quedan atrás, los que faltan hacia adelante, los caminos que no recorreré a los costados y los que nunca alcanzaré un poco más adelante.
No me acuerdo cuándo fue que hice el cálculo que puse más arriba, pero se ve que necesitaba darme ánimos de alguna manera para traerme al presente, porque con el objetivo a largo alcance, el entrenamiento se vuelve insoportable y la frustración, una constante.
Es así. Ayer corrí ocho kilómetros y, aunque en ese momento terminé bastante dolorido, siento que hoy debería correr nueve, para demostrarme no sé qué capacidad que no tengo.
Si pudiera hacer consciente cada contacto, cada paso en cada instante, la explosión del pavimento hasta el cerebro, las cosas serían diferente. Lo mismo con el viento, que trae muchas veces más de lo mismo, pero nunca es exactamente igual. Avanzo, con dolor o con gracia, o escapo, que es lo mismo.
Creo que lo mismo que pasa con tantas otras actividades de la vida: el trabajo, la escritura, la familia. Ya me había anticipado mi analista que no debía buscar que todo fuera a fuerza de trabajo, pero está en mi naturaleza: yo trabajo. Será por eso que la habitación donde escribo esto ahora huele a transpiración y respiración agitada.
Termino el ejercicio, acabo deshecho, y me saco las zapatillas, cierro la puerta de la habitación, me subo al ómnibus o al avión, o apago la computadora, para volver a mí mismo. De una manera o de otra, lo que vale al final del día es haber cumplido la tarea. ¿No es cierto?


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