sábado, 12 de abril de 2008

Biblioteca


Amanece y siguen envolviéndose en sus brazos, aves saciadas momentáneamente de letras y visiones. Se duerme el inconfundible sueño de las pocas cosas que nunca se pueden evitar. Acodados, desparramados, mentón al pecho, roncando sigilosamene las dignidades. Todos han dormido un poco, y algunos más de lo que han leído. A nadie le importa, al fin y al cabo es la biblioteca y leer, soñar… qué es más importante, más valioso, más productivo, no son preguntas válidas en este entorno.
Lo desgastante es la luz o mis ojos que ya no están queriendo ver como hacían antes, y Julio, que sigue hablándome cuando ya le dije que se callara, que sólo quiero leer un poco y dejar de pensar. Pero él, lo que él dice, lo que de él dicen otros, no para de dar vueltas en mi cabeza, como si él, en el cumplimiento de un designio azaroso y sin sentido, pero matemático y preciso, como es siempre el azar, hubiera elegido que yo siguiera este camino. Sendero de búsqueda y desatino, de pérdidas y conflicto. Y le pido que se calle, que no hable más de estas cosas mientras pienso en el tiempo que se pierde y en cómo lo pierdo yendo siempre de acá para allá con las palabras y las ideas. Siempre en ebullición, en bullicio, y nunca llego a ninguna parte o, por lo menos, a esas partes que creo que debería llegar.
La verdad es que todo parece adquirir sentido en un instante y al siguiente, como escapando de una idea que se vuelve demasiado atractiva y se reviste de toda la posibilidad de arrastrarme a un abismo, descarto toda asociación y vuelvo a las cosas concretas como el pasaje de colectivo, el calendario o el reloj en mi muñeca.
Y sin embargo, él me sigue hablando y yo sigo queriendo escucharlo, cómo si no explicar que dios, el tiempo, la música, el miedo, la admiración y la envidia, me siguen llevando a encontrar una línea que dibuja y desdibuja las imágenes de una misma búsqueda.
Se desperezan somnolientos, flacos y desgarbados, famélicos insatisfechos, para girar sus brazos, desarmar nudos de huesos flacos y rearmarlos en otra dirección, con otros vuelcos.

(La imagen es de Enkeling.)

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