jueves, 15 de noviembre de 2007

Saber sentir, sentir saber

Siempre estoy en el dilema. Cuando siento profundamente y las emociones afloran, algo en mí corta el flujo sentimental para poner una "duda razonable", como la voz de la cordura que viene a intentar detener el torrente de lágrimas que cae ya incontenible durante la escena morbosa de la película, cuando el hijo se reencuentra con su padre después de años de ausencia e incertidumbre.
La imagen es siempre la de estar de alguna manera desubicado, escuchando el regaño de mi propia voz que destaca la falta de hombría en mis emociones. Ésta es la imagen primaria, el arquetipo.
Siento - me culpo por sentir - me regaño - controlo.

Ahora, el contrario también comienza a funcionar del mismo modo. Pienso demasiado racionalmente las cosas, sin incluir ningún sentido y todo empieza por sí mismo a caer en la incoherencia, el desgano y una bronca que surge de las entrañas. Como cuando organizo una semana al detalle, con tiempos de trabajo y descanso, cumplimientos posibles y compromisos propios y con terceros, y sin embargo el lunes, ese día que debía comenzar a tachar los ítems de mi lista, no puedo levantar un dedo de la cama y no queda más remedio que dormir una hora de más y empezar a reorganizar las prioridades a la poca (o nula) energía que tengo disponible.

Es que me doy cuenta muchas veces que no sé sentir y, por suerte, la gente que me quiere me enseña constantemente, y otras veces no siento saber el sentido de mis sentimientos.
Me enrosqué.

(La imagen es de un bosque tallado en Villa La Angostura.)

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