jueves, 15 de enero de 2009

Mateo y el amor

Creo que ella me vio llegar primero ya que de lejos la noté toda alborotada y atropellada. Me causó una impresión profunda. Es que ahora me doy cuenta que uno no puede prepararse para estas cosas y aunque no fuera una cita a ciegas, fotos y explicaciones siempre iban a quedar cortas. En verdad me asusté.

Durante los tres primeros días que fui a visitarla me quedé a cierta distancia, siguiendo los pasos del protocolo de seducción que indican la observación, la simulada indiferencia, la aproximación paulatina. Después me fui aproximando lentamente, caminando en dirección oblicua como si en realidad tuviera que acercarme pero sólo para poder llegar a otro lado más allá o más acá.

El cuarto día, animado un poco por los tíos que actuaron de celestinos y me empujaban con palabras sutiles pero persistentes, fue el primer saludo tímido, un contacto frío del que los dos rehuimos rápidamente. Ella volvió enseguida buscándome como si quisiera cerciorarse de que realmente nos habíamos besado, pero yo no quise insistir más. Sé que normalmente es así: los varones solemos ser más tímidos, o al menos yo soy siempre más recatado que cualquier mujer con la que me relacione. Después de ese primer momento no hubo más insistencia –creo que en respuesta a un gesto de mamá– y no se habló más del tema por el resto del día. Tal vez los intimidó mi expresión seria y distante. Es que si de lejos me había impactado, mucho más al estar a pocos centímetros: no paraba de parlotear entre gemidos y respiraciones, golpeaba todo a su paso con una energía incontenible arremetiendo contra y entre la gente y la arena.

Cuando dejábamos la playa ese último día, la miré por sobre el hombro y me enamoré. No paré de pensar en ella durante toda la noche, tanto que amanecí tras un pequeño accidente que obligó a mamá a cambiarme la ropa y las sábanas por la mañana. Después de desayunar no podía contenerme más y llegué corriendo hasta ella que seguía saltando y cantando como el primer día. Jugamos durante el resto de las vacaciones y nos despedimos fingiendo que a ninguno de los dos nos importaba demasiado, conocedores de los avatares de los amores de verano, demasiado conscientes de una pasión que seguramente durará toda la vida.


2 comentarios:

  1. faltaría saber si él, siguiendo una mitad de herencia familiar, también sintió aquello de... "me das vuelta..."

    ResponderEliminar
  2. qué gratos recuerdos! gracias por dejarnos participar de esta historia

    ResponderEliminar