Sobre la novela en
construcción
No hay que creerle
tanto al cansancio, porque puede ser síntoma de otras cosas, como
tedio o miedo: mejor probar haciendo y si la fuerza flaquea, entonces
decidir —o entender— que es realmente agotamiento y mejor dejar
las cosas para otro momento.
En el taller de
ayer, Alejandro insistía en que la exigencia esté puesta en la
cantidad y no en la calidad, para intentar dominar la herramienta de
escribir y volvernos escritores, sin importar género o temática, la
idea es simplemente transformarnos a nosotros mismos en la relación
con el texto, pero no desde la postura del que lee o estudia uno,
sino desde quien lo produce con todo el vértigo que eso implica.
Hoy caminé por un
barrio privado, de árboles hermosos, canales y mucho cielo.
Increíble lo que logra el dinero con visión y constancia. No me
jodan con que la plata es mala por definición. Se hace mucho por
dinero, se escriben buenas cosas por metálico, sin ir más lejos —y
en referencia a la necesidad de escribir— también es necesario
comer.
Me encantaría saber
por qué de sólo caminar por un lugar tan bello me sentía culpable,
como si ese momento de placer inocente debería tener una contraparte
de sufrimiento que todavía no he pagado o deberé pagar más
adelante. Lo mismo me pasa cuando me siento a escribir, esquivo el
placer de hacerlo, me oculto y lo enfrento sólo cuando es
inevitable, cuando no queda más remedio que sucumbir a su encanto o
perecer en la nada. Nefasta postura para avanzar con el deseo.
Vuelvo a pensar en
la novela, en las miles de palabras que la pueblan y en cómo me
tortura pensar que las ideas que allí coloco, las que desarrollan
los personajes o toda la trama no sean dignas de mis lectores. Tres
escritores aficionados que se lanzan al descubrimiento de ellos
mismos a partir de los textos, se organizan en un taller improvisado
que se reúne en un café y ven como sus relatos, sus historias y sus
vidas se van entrelazando en el presente y con el pasado. Una mujer
irrumpe para desbandar el enjambre que fue anudando a los tres. Los
pincha, los motiva, los insulta, los ama, uno por uno. Sofía los va
transformando y los enfrenta consigo mismos y entre ellos.
Ella también traerá
del pasado la situación inicial que es el fin mismo de la búsqueda
de los personajes. Diego, Jacobo y Santiago, van a encontrar por fin
el nudo que moviliza todas sus producciones, desde lo disímiles y
entrecortadas. En paralelo, los relatos que ellos mismos irán
volcando a la relación y al desarrollo de este pseudo taller van a
ir evolucionando con la historia, para complicar a los personajes,
ilustrarlos y traer al mundo de los otros sus miedos más íntimos y
sus partes lúdicas.
En un invierno
porteño que busca llenarse de luz, la historia se desarrolla entre
calles y cafés, bares y taxis.
La metáfora central
será el cajón de medias, un baúl donde los tres compartirán los
“calcetines”, como partes de sí mismos que están en busca de
otras medias o mitades. El texto comienza con una cita de Libro de
Manuel, de Julio Cortázar: “Los hechos tienden a ocurrir vestidos
de palabras.”
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