Estoy corriendo
bastante y eso es lo importante. Claro, también están los pasos que
quedan atrás, los que faltan hacia adelante, los caminos que no
recorreré a los costados y los que nunca alcanzaré un poco más
adelante.
No me acuerdo cuándo
fue que hice el cálculo que puse más arriba, pero se ve que
necesitaba darme ánimos de alguna manera para traerme al presente,
porque con el objetivo a largo alcance, el entrenamiento se vuelve
insoportable y la frustración, una constante.
Es así. Ayer corrí
ocho kilómetros y, aunque en ese momento terminé bastante dolorido,
siento que hoy debería correr nueve, para demostrarme no sé qué
capacidad que no tengo.
Si pudiera hacer
consciente cada contacto, cada paso en cada instante, la explosión
del pavimento hasta el cerebro, las cosas serían diferente. Lo mismo
con el viento, que trae muchas veces más de lo mismo, pero nunca es
exactamente igual. Avanzo, con dolor o con gracia, o escapo, que es
lo mismo.
Creo que lo mismo que pasa con tantas otras actividades de la vida:
el trabajo, la escritura, la familia. Ya me había anticipado mi
analista que no debía buscar que todo fuera a fuerza de trabajo,
pero está en mi naturaleza: yo trabajo. Será por eso que la
habitación donde escribo esto ahora huele a transpiración y
respiración agitada.
Termino el ejercicio, acabo deshecho, y me saco las zapatillas,
cierro la puerta de la habitación, me subo al ómnibus o al avión,
o apago la computadora, para volver a mí mismo. De una manera o de
otra, lo que vale al final del día es haber cumplido la tarea. ¿No
es cierto?
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