En un aeropuerto.
Digo que entro a un aeropuerto con todas mis valijas y bolsos,
esperando no tener que enfrentarme a otros problemas de vuelos como
alguna vez anterior (siempre que estoy haciendo algún plan, o debo
esperar que las cosas funcionen, temo que todo salga mal y quede en
el aire, y nada mejor que un aeropuerto para quedar en el aire).
Llego hasta un mostrador donde una mujer me atiende diciéndome que
están suspendidos los vuelos a Rosario. Pienso en que podría estar
en una hora por allá, pero que este inconveniente me retiene aún
más en Bs. As. Hay otras personas en mi situación, pienso en que
debería irme a Retiro (retirarme en Retiro, huir, salir corriendo).
Me acerco más en el mostrador y le pregunto a la “azafata”
(zafada, zafar) que atiende.
—¿Conocés el
cuento del… (ahora no puedo acordarme si era el del escorpión y la
rana, la hormiga y la cigarra, o el dueño que golpea al perro y el
perro siempre vuelve)? —Mientras pregunto, mido su reacción para
ver si se pone más agresiva o responde a mi pedido, si presta
atención o se enoja. Al final, entra en el juego y así me dedico a
contarle el cuento que no sé cuál era…
Llega un taxista
buscándome en el aeropuerto, para llevarme a Retiro. Creo que venía
por otra cosa, pero yo asumo que tendrá que llevarme a la estación
para tomar un “colectivo” (colectivo, el destino de otros, el
camino de todos, compartir como en la “gran familia” sueños,
caminos y destinos). Me ayuda a cargar algunos bolsos y yo voy con
otros. Pienso ahora en en Sergio (el escritor que me pasó su
novela). Gente que se esfuerza por hacer lo que quiere, pero está
atada a un destino, a una estructura personal que lo atormenta. No
llego a Retiro.
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