Entrevista realizada como trabajo final de la materia Periodismo y Literatura, de la carrera de Comunicación Social. Presentada en octubre de 2008.
Julio Cortázar: los lados del Océano
El departamento está al final de unas escaleras de mármol. Él va delante de mí, subiendo los escalones de dos en dos, con esas piernas interminables. Me cuesta seguirlo con mi bolso lleno de libros y papeles. “Y eso que fuma tanto” pienso. Afuera está nublado y cae una llovizna helada, un tiempo parisino de ensueño. Abre la puerta pesada y entramos.
Combinar la entrevista fue más fácil de lo que parecía, aunque viajar fue un poco más complicado. En fin, acá estamos del otro lado del océano.
–Pasá, sentate –dice y señala un sillón con un dedo huesudo, en una mano blanca y un brazo como puente levadizo.
Me acomodo mientras él va a la cocina y vuelve con dos “nescafés”.
–Nescafé –murmuro mientras huelo mi taza y él sonríe, con esa cara lampiña y esos ojos vivaces. Tiene cuarenta y siete años y transmite una energía que descoloca. Parece que olvidó de contar sus cumpleaños cuando vino a París hace diez años o tal vez antes. Tiene el pelo negro y corto, y una delgadez que incrementa todavía más su largo cuerpo. Es en realidad la pintura de un niño grande, un adolescente tímido y eternamente desgarbado. No es un cronopio, ni verde ni bajo ni gordito, es su dios extranjero, su mago maestro.
Iba a comentarle que ya nadie toma nescafé, que esa bebida es más famosa en los libros que en el mercado, que lo mismo pasa con los cigarrillos galuoise –y en verdad con cualquier tabaco–, cuando lo observo cargar su pipa lentamente y encenderla como a una mecha, pipa-mecha en boca-bomba. Va a estallar, pero lenta y armoniosamente como un acorde que dispara en escala de jazz o los primeros ruidos de una tormenta.
–Preguntá lo que quieras, pero contame de Buenos Aires. Venís de allá, ¿no? –me lanza a repetición con sus erres tan disonantes y esa voz de ogro de cuentos.
Pienso antes de responder, no es cuestión de que me crea loco, aunque estoy loco, pero eso no es lo importante en este momento.
–Todo bien –digo–. Ahora empiezan los días lindos para caminar por la ciudad.
–Sí –dice mientras afirma con la cabeza y después pierde la mirada en el piso–. Ahora llueve en París y parece que no va a terminar nunca.
Me dan unas ganas terribles de contarle de un tirón todo lo que le espera, pedirle que escriba nomás la novela que está pensando –o que la termine si ya la está escribiendo– aunque le lleve un pedazo del alma y del cuerpo, advertirle que no crea todo lo que escuchó en la isla del caribe, aconsejarle que haga lo que sienta, sí, pero que escriba sin escuchar a detractores de un lado y del otro, que nosotros, sus lectores lo seguiremos más allá del tiempo y la política, descubriendo sus mundos, viviéndolos.
El golpeteo de las gotas en la ventana va colándose en el silencio y saco la libreta de un bolsillo (tuve la precaución de no llevar ningún grabador moderno).
–¿Quiere que empecemos? –pregunto.
–Por favor, tuteame –dice con una risa fuerte y cavernosa–. No te tomaste el problema de venir hasta acá para quedarte en formalismos. Vamos a meternos de lleno en lo que te interesa.
–¿Qué opinás, como escritor, sobre la realidad y su construcción desde el periodismo y la literatura?
–Ese es un tema que puede dar para mucho. Y aunque no tengo experiencia real en periodismo podría relacionarlo con la labor literaria, aunque últimamente hago cada vez menos literatura. Creo que todos somos cronistas. En Teoría del Túnel yo veía cómo la literatura no podía dar cuenta de la realidad del escritor ni de mucho más. Suscribía –y todavía lo hago– a los principios del surrealismo como una forma más propicia para dar con algo del orden de la verdad. Por ejemplo, en ese panel –estira un brazo señala una de las paredes cubierta de recortes de prensa, fotos, tickets del cine– yo voy juntando cosas que me interesan y se van reuniendo sin un orden previo… sin intención –remarca con las manos cerradas este último concepto– y, sin embargo, voy encontrando una línea que los une.
Me indica un recorrido en la pared que va desde la imagen del saxofonista Charlie Parker hasta donde se acumulan una serie de artículos en francés.
–¿Eso demuestra otra realidad para vos?
–No sé si la palabra es demostrar, pero creo que hace evidente, al menos para mí, que la realidad de los objetos que vemos y tocamos a diario tiene más de voluntad que de hecho dado. Queremos ver esto y nos negamos a ver otras cosas que cuando dejamos de forzar surgen, emergen.
–Algo de la realidad que Johnny percibe en El Perseguidor.
–Sí. Johnny y Bruno personifican dos obsesiones y dos formas de ver la realidad. Si uno es quien vive la ruptura, que en el cuento es temporal pero también de otros órdenes, el otro es quien la verá pero hará como si no existiera, intentará no dejarse atrapar por esa toda energía que es Johnny. Mi forma de escribir se parece cada vez más a lo que simboliza el jazz y después de ese cuento siento que no podré escribir de otra manera más que siguiendo el ritmo propio del relato. Mis cuentos y la novela que estoy pensando se parecen más a los takes [tomas o sesiones] de grabación de un intérprete que a la composición concienzuda de una historia.
–Y sin embargo… hay relato.
–Claro que lo hay, pero como superpuesto de textos, de cuya amalgama surge una realidad distinta y a la vez más básica, como siempre presente.
Digo que entiendo y comparo internamente esta idea con la teoría de la lectura de Barthes y el lector modelo de Eco, también con el hipertexto y la lectura no-lineal, pero nada de esto todavía se ha escuchado o escrito. Por supuesto, también reprimo la intención de hacerme dueño de esas teorías y simplemente cabeceo mientras espero que quiera seguir hablando.
Da un par de pitadas a la pipa y continúa: –Lo que afirmo es que el traje de la alta literatura del siglo pasado ahora no puede vestir al hombre nuevo, ni al escritor ni a los lectores. Eso que me crié leyendo a sus autores. Hoy no alcanza.
Ahora se gira en la silla para ver unos papeles sobre la mesa. Aprovecho para mirar un poco más la habitación: a su izquierda, frente a mí, como parece repetirse en varios lugares de la casa, se ubica una biblioteca de techo a piso, un pequeño caos, mundo de palabras, saltos y piruetas.
Nos quedamos en silencio unos minutos y giro las hojas en la libreta buscando cómo seguir.
Creado y real
–Lo que quiero saber –interrumpo sintiendo que alguna urgencia llevará el silencio a la ruptura de la conversación y me quedaré con poco o nada–, es si vos pensás que hay dos realidades o una sola, o si lo que ves en la calle es o no es…. O qué es más real, si es que puede considerarse una cuestión de grado: la historia de un señor que regurgita conejos, lo que leemos en los diarios o este diálogo.
Seguro de haber quedado en falta con esa perorata, tomo más café para darme ánimo. Creo que él lee mi incomodidad, se levanta, se extiende como un telescopio, camina a otra habitación y vuelve con dos vasos de coñac. Me extiende uno, sonríe y pestañea como un gato viejo y juguetón.
–No me interesa responder a eso. Somos lo que podemos ser metidos en este lío de palabras. Somos y eso es real. Por supuesto que hay una realidad de los objetos, hay cosas que tocamos y vemos, pero tampoco son tan sólidas como creemos y mucho menos las leyes que derivamos de esas experiencias. Para responder a tu pregunta, en mi opinión Johnny Carter es tan real como Charlie Parker, no porque yo lo haya creado en base a lo que leí y oí del músico, ni porque esté haciendo ficción de una vida real, vida real entre comillas claro, sino porque es tan real como que ya está ahí y la gente lo lee y se identifica o no con el personaje, con sus miedos, sus ideas o palabras. En ese sentido vos y yo somos, para quien lea esta nota, igualmente reales que Johnny y Bruno.
Recuerdo el futuro, con lo raro que suena escribirlo. Él dirá: “qué se yo de mi mismo a la hora de obedecer a algo que me arrasa, que es mi incubo, que bruscamente me obliga a escribir un cuento. Hay un tipo de crítica que tiende a rechazar este acatamiento mágico del acto creador.” (Cortázar, 1973-2:226)
–Aunque Bruno podría ser aún más mundano y superficial…
–Esa es su característica como perseguidor. Bruno tiene miedo, persigue y es perseguido por el miedo de ser descubierto en una farsa, aunque los dos son perseguidores, pero de cosas distintas, de niveles distintos. Bruno escribe y persigue con sus palabras, la biografía que escribe, para alcanzar a Johnny, a un Johnny que él siente de una manera pero que le convendría que fuera de otra, que quisiera ver como un perseguido, pero no lo es. Johnny persigue con su música ese mundo del tiempo perdido, de la infancia, del presente y a la vez es perseguido por sus fantasmas, su adicción, la muerte. Todos somos perseguidos, los autores por los lectores, los lectores por todos esos libros que todavía no han leído y posiblemente nunca leerán. Hasta los personajes son perseguidos por el olvido que es la muerte de toda literatura. Y a la vez todos somos perseguidores.
–Algunos con mejores armas que otros.
–Sí.
–¿Nunca temiste convertirte en uno de tus personajes?
–¿Quién dice que no soy uno de mis personajes? ¿Quién puede afirmar sin caer en tautología que soy más real que lo que escribo? Los diarios están plagados de ficciones y de realidades, las novelas y los cuentos también.
Lo escucho y pienso en lo que dirán los diarios después, lo que callarán. Lo veo jugar ahora con el reflejo del coñac y la luz de la ventana. Imagino lo que sentirá cuando vea la cocina de la revolución y viva la historia de Heberto Padilla, escritor y periodista cubano que será apresado por enfrentarse a Fidel Castro, o cuando escuche testimonios de dolor y tortura en el Tribunal Russell o la historia le llegue por las propias víctimas y testigos. Si mantendrá esta postura, si este humanismo que hoy es literario, aunque él resista el término, adquirirá la forma de un compromiso distinto o será otra forma de estética.
Me imagino que tal vez ése sea el golpe de realidad que él está buscando y quisiera saber…
De escritor
–¿Cuál creés que es la función de un escritor?
–Habría que preguntarle a uno –responde y se ríe juntando las manos en el pecho–. Me siento un aficionado que escribe libros, que tiene varios y espera que vengan más, pero no me ubico en la vereda de los escritores profesionales que se toman esto como un trabajo de ocho a cinco. Tampoco digo que mi modo sea mejor o que esa forma no valga. Lo que sí siento es que así es como escribo y vivo. Yo creo verdaderamente, y acentúo lo de verdaderamente porque se ha querido decir por ahí que todo es parte de una postura… Decía que creo verdaderamente que las cosas que escribo surgen en una especie de abstracción mística. –Vuelve a reír y es casi contagioso. –No tiene nada que ver con el dogma religioso pero sí con cierta pérdida del control, similar a la escritura automática del surrealismo, aunque con cierta forma, como unas persianas que se abren y dejan ver un mundo y después se cierran. Así escribo, la historia me encuentra a mí y yo la pongo en el papel, que es una forma de decir que sigo una inspiración que surge de mí y no sé bien a dónde va a llevarme. En cierto modo, mi función de escritor es la de un catalizador, cristalizo algo que está ahí –hace gestos con las manos como apresando invisibles pero bellísimas mariposas– dando vueltas.
Ahora se queda en silencio y une el mentón con el pecho. Piensa, sueña, viaja… no lo sé. Cazador de palabras apresado por una idea.
–Y sin embargo hay un cuidado deliberado con el lenguaje y la forma.
–Sí, pero no creo en la diferencia de contenido y forma. Para mí son un todo indivisible. Los cuentos son el mejor ejemplo de esto ya que no los hay buenos o malos, sino con un mejor o peor tratamiento del tema. Y tampoco hay temas de poco interés, todo va en la intensidad del relato.
Más allá de que Cortázar va a desarrollar esta idea en “Algunos aspectos del cuento” (Cortázar, 1971:407) durante una conferencia que dará en Cuba dentro de dos años, él mismo ha producido para este entonces varios textos que representan claramente estos principios, como “No se culpe a nadie” (Cortázar, 2004:419-424), incluido en el libro Final del juego de 1956, donde se relata el intento de un personaje por ponerse el pull-over que culmina en su caída el vacío, la serie de instrucciones, entre las que se destaca “Instrucciones para subir una escalera” (Cortázar, 2007:27), y el micro-relato “Aplastamiento de las gotas” (Cortázar, 2007:109). Los dos últimos cuentos, escritos hace un tiempo, se incluirán el año próximo en “Historias de Cronopios y de Famas”.
París vs. Buenos Aires
–Siguiendo con la idea de realidad y construcción, y a partir de tu propia historia ¿es París más real que Buenos Aires?
–Me parece ahora que Buenos Aires es más real desde París –dice y se incorpora en la silla–. Voy dándome cuenta de cosas que no podría haber visto allá… que nunca vi allá. Es una cuestión de perspectiva que da la distancia física y de otra perspectiva que es la del recuerdo. Buenos Aires se congeló en una ciudad como la de mis sueños. Lo mismo pasa con Chivilcoy o Bánfield, su recuerdo o el lugar que ocupan en algún relato los vuelve más cercanos, más reales, que lo que yo los sentía cuando vivía ahí. Ni mejores, ni peores. Me fui de Argentina porque se me hacía insoportable la política que se había instalado y no me reconocía como parte de ese movimiento. Hoy desde Francia, me siento más argentino que hace diez años: sigo escribiendo en español y en un español muy rioplatense, que es en la única forma que surge mi producción.
–Entonces París por estar más cercano es más distante.
–Hay lugares en París que son mi casa, me fascinan las galerías, los parques y los puentes. Camino mucho, pero no sé si la habito o me habita, si al caminar recorro, en cambio, otra ciudad distante e íntima que se superpone a ésta o la imita.
Cuánto han caminado y seguirán caminando por París sus personajes. Desde Bruno (El perseguidor) a Marcos (Libro de Manuel), pasando por el inolvidable Olivera (Rayuela).
En 1968 escribirá (Cortázar, 1995:31):
"Entro sin saber cómo en mi ciudad, a veces otras noches
salgo a calles o casas y sé que no es en mi ciudad,
mi ciudad la conozco por una expectativa agazapada,
algo que no es el miedo todavía pero tiene su forma y su perro y cuando es mi ciudad
sé que primero habrá el mercado con portales y con tiendas de frutas,
los rieles relucientes de un tranvía que se pierde hacia un rumbo
donde fui joven pero no en mi ciudad, un barrio como el Once en Buenos Aires, un olor a colegio,
paredones tranquilos y un blanco cenotafio, la calle Veinticuatro de Noviembre
quizás, donde no hay cenotafios pero está en mi ciudad cuando es su noche."
Despacio, como anticipando la despedida, va dejando de llover y le pregunto si podría leer un texto personal, una ficción donde el personaje viaja en el tiempo a encontrarse con otro. Sé que muchos escritores se incomodan con estos pedidos que los comprometen a hacer una devolución muchas veces desfavorable. Toma el manuscrito, se coloca esos anteojos inmensos y lee sin levantar la vista.
–Está bien para un artículo, pero no creo que sea de mucho interés para los editores actuales –sentencia calmo unos minutos después–. Tal vez, revisaría el último párrafo y cambiaría la frase final por “a ambos lados del océano”.
Rojo de vergüenza agradezco el tiempo regalado, nos damos la mano y salgo a la calle.
Es octubre de 1961, el cielo está cubierto y las calles de París están mojadas. Tantas cosas todavía no sucedieron, tantos acontecimientos llegarán, tantos sueños perecerán. Mis padres ni siquiera se conocen y faltan muchos años para que mis hermanos y yo vengamos a este mundo. Falta todavía más para que alguien me regale el primer libro de Julio y yo haga uso de esa llave y abra puertas y ventanas a otros mundos. Hoy también es octubre de 2008 en Rosario, Mateo –mi hijo de tres años– dibuja acostado en el piso mientras canta, imagino lo que él vivirá, con los años que vendrán, los libros que leerá.
Entonces salvo la doble distancia de geografía y tiempo, y doy por terminada la nota. Allá, él vuelve a escribir, viajar, vivir y morir. Acá, leeré, viajaré, viviré y moriré. Seguiremos encontrándonos, del otro lado del océano a ambos lados del océano.
Bibliografía específica – Julio Cortázar
Bauer, Tristán (1994). Cortázar (Film)
Cortázar, Julio (1971). Algunos aspectos del cuento. En Cuadernos Hispanoamericanos 251-255 (pp. 402-416). Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana (Ed.)
Cortázar, Julio (1973). Libro de Manuel. Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
Cortázar, Julio (1973-2). La agarrada a patadas o el despertar de los monstruos o más sobre dados y ratitas o la respuesta del involuntario pero vehemente responsable: precisiones necesarias a Juan Carlos Curutchet, a Félix Grande y al pugilista del escarabajo de oro. En Cuadernos Hispanoamericanos 274–276 (pp. 223-229). Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana (Ed.)
Cortázar, Julio (1977). En A Fondo. Entrevista a Julio Cortázar. Madrid, TVE. http://video.google.es/videoplay?docid=-3562250863327291954. Disponible el 10/07/2007.
Cortázar, Julio (1994). Estamos como queremos o los monstruos en acción. En La Maga Colección Noviembre 1994. (Publicado originalmente en Crisis Nro. 11, marzo de 1974.)
Cortázar, Julio (1995). 62/modelo para armar. Buenos Aires, Alfaguara.
Cortázar, Julio (2004). Cuentos completos 1. Buenos Aires, Suma de Letras.
Cortázar, Julio (2004-1). Obra crítica 1. Julio Cortázar. Buenos Aires, Suma de Letras Argentina.
Cortázar, Julio (2004-2). Obra crítica 2. Julio Cortázar. Buenos Aires, Suma de Letras Argentina.
Cortázar, Julio (2007). Cuentos completos 2. Buenos Aires, Punto de Lectura.
Cortázar, Julio; Prego Gadea, Omar (1997). La fascinación de las palabras. Buenos Aires, Alfaguara.
Heker, Liliana (1993). Polémica con Julio Cortázar. En Cuadernos Hispanoamericanos 517 – 519 (pp. 590-604). Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana (Ed.)
Bibliografía teórica
Amar Sánchez, Ana María (1992). El relato de los hechos. Rodolfo Walsh: testimonio y escritura. Rosario, Beatriz Viterbo.
Barthes, Roland y otros (1970). Análisis estructural del relato. Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo.
Barthes, Roland (1987). Escribir la lectura. En El susurro del lenguaje. Barcelona, Paidós.
Genette, Gérard (1989). Figuras III. Barcelona, Lumen.