Por J.C. BrandsenAntes de pasar a la defensa de lo indefendible -es decir, antes de leer una serie de excusas que no justifican ni avalan una decisión arbitraria y hueca- y en mi calidad de abogado practicante (corvus labia), solicito a su excelencia el Sr. Juez, mi amigo personal y compañero de chinchón, que tenga a bien tomar en consideración, antes de emitir su veredicto sobre el caso de desacato y no seguimiento de la consigna del abajo firmante (el defendido), la condición de inimputabilidad del mismo dadas sus nulas capacidades en la materia y su falta total de discernimiento en lo que respecta a lo correcto e incorrecto dentro de los claustros educativos.No es perdonable su ofensa a la institución universitaria, por la que debería pagar con creces todas las fotocopias que compre de ahora en más, ni su estúpida arrogancia, a la que debería responderse con una soberbia bofetada de palma y dorso. Lo que sí debe contemplarse, y es lo que pido humildísimamente, es su inocencia infantil y sus burdas palabras.Entre nos: es tan idiota el pobre que no sabía lo que hacía.Ahora espero que lea sus expresiones y sea misericordioso, como Dios santísimos que conoce los vericuetos más oscuros del alma y aun así no es vengativo.Se firman treinta y dos ejemplares de un mismo tenor (y barítono) en la Ciudad Fabulosística de Fray Luis Beltrán (ex-Borghi), a los diez días del mes de diciembre del año de nuestro señor de dos mil y ocho, con noventa centavos.
¿Por qué Cortázar? Defensa del trabajo
Centré mis producciones finales de la asignatura Periodismo y Literatura en algunos textos de Julio Cortázar. Específicamente en el análisis de un autorreportaje publicado por la revista Crisis en 1974 y en la construcción de una entrevista imaginaria con el autor en octubre de 1961.
Se me deberían cuestionar muchas cosas y seguramente se me preguntará, con razón, por qué elegí trabajar sobre Julio Cortázar cuando ninguno de sus textos se incluye en los de la cátedra y ni siquiera él, como autor, es considerado un escritor con producción periodística, que haya tenido sus inicios en el periodismo ni nada por el estilo. Se me recordará que ésta es una asignatura electiva de la carrera de Comunicación Social y que si se habla de literatura es porque existe una “interrelación profunda que, históricamente, se ha dado entre el discurso periodístico y el discurso literario” (Retamoso, 2008), pero que no debe perderse de vista el objeto de estudio.
En defensa de mi opción, podría decir que Cortázar es un autor que puede considerarse a caballo de la literatura ficcional y el trabajo testimonial, sobre todo en obras como Libro de Manuel. Podría sostener que el artículo Estamos como queremos o los monstruos en acción podría compararse con algunos de los materiales seleccionados de Rolling Stone, Página 12 o las Crónicas Digitales de Meneses. También podría afirmar que, si es posible realizar la relación entre periodismo y literatura, intentando el camino que une al primero con el segundo, también sería válido intentar el camino inverso que vaya desde la literatura al periodismo, buscando aquellas características en la literatura que la incluirían como una forma de periodismo, de crónica histórica.
Hasta podría decir que Cortázar es un autor ineludible porque sus aportes a la visión de una época y la figura del exiliado, del escritor revolucionario, han conformado –junto con otros escritos y productos culturales– una generación de lectores.
Por otro lado, podría argumentar que las contratapas de Página/12 se consideran periodismo literario o literatura periodística sólo porque su soporte es un diario, ya que agrupadas de otro modo podrían leerse como ficción y literatura. Y lo mismo con las notas de Rolling Stone o las Crónicas Digitales de Meneses.
Podría sostener que elegí la nota de Crisis de 1974 porque ilustra la época de mi nacimiento y siempre es importante intentar conocer de dónde uno viene, y que realicé la entrevista ficticia en 1961 porque me hubiera gustado descubrir los indicios que después se incluirían en Rayuela, publicada un año después; ver entonces la semilla del relato que vendría.
Podría decir, yendo aún más al extremo, que el aula donde se dictó la materia de Periodismo y Literatura durante este año 2008 se llama Julio Cortázar y que eso debería admitirse como suficiente inspiración. O que siendo ésta mi última materia, después de catorce años de haber comenzado a estudiar Comunicación Social ya quiero Cortar-¡zar! y que este autor forma parte de la investigación para mi tesina de grado y que a esta altura es necesario aprovechar energías para pasar a otra cosa.
Todo esto podría, y si bien todo ha influido en mi decisión, ninguna de éstas es la causa verdadera y profunda de mi elección.
En realidad (y valga el discutido término de realidad), leyendo a Cortázar pude encontrar que vivimos en un mundo de coincidencias donde la excepción es la regla y nada puede darse por hecho, pude ver que los hechos adquieren su significado a posteriori en el relato. Sin relato, sin construcción, lo sucedido se pierde –al estilo de la masa amorfa de sonido que el significante recorta– en un continuo donde todo acontece en un presente que no entiende de antecedentes o consecuencias.
Un disparo es un disparo y un muerto, un muerto. Lo que hace de eso algo extraordinario o vanal es el relato que llega hasta ahí o que sigue después de eso. Cortázar demuestra que todo hecho es “noticiable” porque es “relatable”: la caída de una gota de agua, subir una escalera, recibir una carta… Lo que hay que encontrar es la forma y lo que hay que respetar es “el cuento”.
La vida de este autor parece demostrar que lo importante es cómo se cuenta, ésta es la hipótesis que surge hoy al cerrar el trabajo. Cortázar, aun cuando quiso comprometerse con una realidad “externa”, un movimiento político, una causa, lo que hizo fue construir un relato, uno maravilloso, lleno de héroes y traidores, valientes esfuerzos por construir una historia más justa o más ajustada a los criterios de un buen relato. Pero él mismo, que admitió que no pudo escribir ninguna historia alegre o feliz, se jugó por un cuento que no podía terminar bien.
Lo que sí queda, lo que intento rescatar, es su voluntad permanente de transformación que es –o debería ser– la de todo el que escribe como profesión. En esto es en lo que se reconocen periodistas y literatos: quieren construir su relato, contar su historia y con palabras dar un sentido al mundo. ¿No es acaso eso lo que estamos haciendo acá, dar un sentido?
Esteban Morin
Diciembre de 2008
Cita
Retamoso, Roberto y otros (2008). Programa de
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