1. Más libros, menos tele.
2. Entregar la tesina en marzo.
Unos días antes de terminar 2012, trabajaba en una lista de
temas pendientes y propósitos para el próximo año, con la idea de empezar enero
con la cabeza más clara. Es una costumbre habitual y sé que nada original esta
especie de ritual de anticipación, como estrenar un cuaderno con el inicio del
año y esas cosas que nos tranquilizan por conocidas y seguras.
Julieta se acercó a mí apenas me senté frente a la
computadora y cuando había puesto los puntos que se ven más arriba se dio la
siguiente situación.
–¿Vos estás trabajando o escribiendo? –preguntó con el regaño
intrínseco ante la posibilidad de que estuviera trabajando. Es que había
prometido no hacerlo hasta nuestro regreso de las vacaciones.
–Escribiendo –respondí.
–¿Qué estás escribiendo? –volvió a preguntar, ahora sin tono
de reclamo.
–Lo que estamos hablando.
–¿Qué? – insistió con cara de no entender.
–Lo que vos y yo hablamos.
–¿Qué hablamos?
–No sé –respondí yo haciéndome el interesante–. ¿Qué
hablamos?
–No sé. ¿Qué hablamos? –repitió.
–Hablamos de que no estoy trabajando. ¿Qué más hablamos?
–No lo sé. Quiero upa.
–Pero no puedo escribir si te tengo a upa – dije y me quedé
esperando que se fuera aburrida por un padre que no le seguía el juego.
Inmutable, no se movía de mi lado, colgando con ambas manos
del apoyabrazos de la silla.
–¡Upa! –lanzó más estridente– ¿Cómo trabajás? Papá, un día,
¿vos dónde estabas cuando yo te miraba en la computadora?
A veces pasa que lanza una seguidilla de cosas como quien
caza con perdigones. Espera que algún tema llegue a destino y conmueva al
interlocutor. El tema central, como muchas veces en la vida, es el primero. Yo
elegí –bueno, tanto así como elegir, no elegí, pero me dejé llevar por el
último tema–, adiviné que se refería a nuestra última conversación por Skype.
–Eh... estaba en Colombia –respondí.
–¡Je, qué asco! –concluyó.
–¿Qué asco? –pregunté ahora ya más interesado.
–La Colombia es un asco... pero estoy jugando. ¡Quiero upa!
–¿Pero... para qué querés upa?
–Para que duerma.
–¿Querés dormir?
–¡Sí! acá –señalando mis brazos–, porque te quiero mucho. Te
quiero mucho –dijo y en la repetición le dio más énfasis.
¿Postergar todas las listas o insistir un poco en lo que me
había propuesto? Ahí la cuestión de fondo de todo el 2012. Apretar o soltar.
Empujar o relajar. Estaba frente a la disyuntiva de terminar el año de la misma
manera que lo había atravesado o aprovechar la oportunidad de dar un vuelco y
cambiar para más y mejor. O eso creía, al menos.
–Yo te quiero aunque no te haga upa –expliqué como padre
amoroso y distante, como un caballero da la mano a su hijo con las
congratulaciones correspondientes por haber realizado una buena acción
ciudadana. Claro que ella no se iba a dejar convencer con tan poco.
–Quiero upa porque te quiero mucho, Cabunchi –insistió como
gota que no cesa, con un apodo inventado de último momento.
Ignoré el apodo y contuve la risa: –¿Por qué no te buscás un
juguete para jugar?
–No quiero jugar, sólo quiero estar a upa tuyo porque te amo
–dijo ahora con puchero–. Mmhhh –me dio un beso en el brazo–. Quiero escribir.
Tuve que ceder, la declaración de amor y el deseo de
escribir juntos eran demasiado fuertes como para negarme. La subí a mi falda y
puse una pauta para que la cosa tuviera la apariencia de estar bajo mi control:
–Bueno, escribís un poquito y después sigo yo.
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–¿Qué estás escribiendo? –pregunté.
–La computadora –respondió como sólo se responde a preguntas
de respuesta obvia–. ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué la lanzás para arriba? –preguntaba
sin cesar mientras veía, sin poder reconocer, el texto de nuestra conversación
registrarse en la pantalla– ¿Cómo se hace? ¿Cómo lo hiciste?
–Así, mirá. Con éste botón –le expliqué señalando el
teclado.
–¿Con qué botón? Vos lo hacés para abajo y cuando yo lo hago
para arriba aprieto éste.
Aquí ya está sutilmente el cambio de poder y la forma en que
se adueñó de la situación.
–¿Pero qué escribiste? –pregunté ahora yo para que ella
tuviera que dar explicaciones.
–No lo sé, escribí la computadora.
Yo quería la Luna y ella me mostraba el dedo. A veces el
sabio es el que mira el dedo, pero yo quería que me contara de la Luna y volví
a la carga: –¿Qué te gustaría escribir?
–“Querido Papa Noel” –respondió.
–Pero ya pasó Navidad –rematé y ella hizo un breve silencio
desconcertada–. Y entonces, ¿qué otra cosa te gustaría escribir?
–Papa Noel no... mh, me gustaría el arbolito de Navidad.
–Pero ya pasó Navidad –volví a marcar, para que el principio
de realidad, junto con el de temporalidad, fuera quedando ya impreso en su
memoria. Hay un momento para Navidad, otro para Reyes. El cariño es para
ciertos días del año–. ¿No querés escribirle a alguien?
–¿Qué tal si le escribo a la Tía Maru?
–Bueno. ¿Qué le querés decir?
–“¡Feliz Navidad!” –gritó entusiasmada.
Yo debía mantenerme firme. Es mi deber de padre y adulto,
¿no?
–Pero ya pasó la Navidad –retruqué.
–¿El cumpleaños? –preguntó ella mostrándome que la escala de
valores ya estaba incorporada.
–No, no es su cumpleaños –acotó Mateo desde el sillón,
despatarrado en una de esas poses imposibles en las que sólo vale la pena mirar
tele en verano.
–¡No le voy a decir nada suyo! –respondió ahora enojada por
no poder hablar de natalicios, ni cristianos ni de la tía Maru.
–¿Y entonces? –empujé un poco intentando un tono más conciliador–.
Le podés contar algo.
–Barabalababadaba –respondió.
–¿Cómo?
–No puedo ver nada, no puedo ver nada –gritó.
–¿Por qué?
–Porque me estoy tapando los ojos.
–Destapate. Estábamos en que querías escribir algo. ¿Querés
escribir algo? –pregunté ya con tono duro, porque sentía que el tiempo pasaba y
el objetivo con el que me había sentado frente a la pantalla iba a quedar sin
cumplirse.
–Sí, yo quiero para abajo. Pero con éste se hace sabés. Pero
no lo aprietes. ¿Cómo es para abajo? –lanzó como en una cascada. Nótese la
secuencia fatal: deseo, explicación, orden, pregunta y sigue– Éste –señalando
la tecla “Enter”–. ¿Ves? Ése es, pero no se hace para abajo.
–¡Ah! ¿Por qué? –pregunté yo intrigado.
–No hace para abajo, hace para arriba –respondió señalando
el texto que se desplazaba en la pantalla. Parece menor pero ésta fue una
observación fundamental. ¿Dónde poner el foco? En la supuesta hoja con texto,
que se desplaza hacia arriba mientras escribo, o en el texto que se queda
quieto en una pequeña franja de la pantalla y parece avanzar hacia abajo creando
nuevos “papeles” en su carrera hacia adelante.
–¿Escribís algo o no? Porque yo quiero escribir algo y vos
no me dejás –dije ya con tono de apuro porque quería salir de disquisiciones
inconducentes.
–Te estaba hablando de algo –retrucó ella, dando a entender
que era yo el que la distraía.
–¿De qué? –pregunté ya pensando en la lista de temas, en los
pendientes de 2012 y también algunos de 2001.
–No lo sé, de nosotros –dijo.
–¿Qué de nosotros? –pregunté en automático.
Señaló hacia atrás, al sofá donde Mateo, ya en otra
posición, seguía mirando tele mientras descubría algo entre los dedos del pie.
–¿Del sillón? –pregunté yo siguiendo el recorrido de su
dedo.
–Del sillón –afirmó.
–¿Qué del sillón? –pregunté yo.
–El sillón –insistió una vez más mientras volvía a señalarlo–.
¿Estás escribiendo sillón?
–Sí.
–No se escribe sillón porque es un asco, porque tiene sucio
la escarapela.
Lo último que esperaba era que me prohibieran una palabra.
De repente “sillón” era mala palabra. Pensándolo bien, si se usa con el tono
correcto podría serlo. “No seas tan sillón”, tal vez.
–¿Qué es lo que tiene sucio? –pregunté por la necesidad de
una explicación.
–La escarapela. Eso que tiene eso. Quiero escribir. Lo que
tiene duro, que tiene la mascota, que usa la tortuga. Quiero escribir,
tiquitiqui tiqui tiqui –otra secuencia explicación, deseo, explicación
elaborada, deseo explícito con onomatopeya de escritura y seña de deditos en el
teclado.
–Bueno, dale –cedí finalmente.
–Pero no escribiste nada –interrumpí.
–¿Por qué lo dejás así? –cuestionó señalando las líneas en
blanco en el documento.
–Vos lo pusiste así –expliqué.
–Dejame que quiero hacerlo –dijo empujando mis manos fuera
del teclado.
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–Ahora ¿qué escribiste? –retomé.
–No lo sé, nada –respondió con desgano–. Falta ahí.
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g
b
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egegegeureufwufeuouerouorueotureotueorutoiertujrjfgrjkgrjgkjerigerugureogureoutgoerutgoiu
–Ya está –concluyó ella–. Apretá eso –dijo señalando la
impresora–, porque yo lo voy a dar eso mío.
–¿A quién?
–A Maru.
–Pero no le escribiste nada a Maru –retomé.
–Bueno, pero entonces falta un poquito más. Que no sabe los
nombres pero ya pasó la Navidad. Nada le voy a decir. Feliz cumpleaños no –me
devolvió retomando todos mis límites haciendo pucheros y con tono de evidente
frustración.
–¿No lo querés contar algo, qué comiste hoy? –volví yo ahora
con algo de culpa y una propuesta para un relato sencillo.
–¿Que comí puré y carne?
–Bueno... ¿y estaba rico?
–Sí, sí… lo probé.
–Bueno, ¿ya está?
–Listo, Papá ¿querés que juguemos un juego de chicas?
–¿Cuál?
–Como el que jugamos con Pauli.
–¿Cuál?
–¿No te gustan los juegos de chicas? –repitió ella leyendo
mi cara de poco interés.
–No sé.
–¿El de cocinero? –preguntó ella.
–Sí, ese sí –respondí.
–Vamos a jugar al de cocinero, entonces –confirmó.
–Bueno –cedí finalmente.
Ahí quedaron mis propósitos para el 2013: dos ítems en una
lista mínima, cartas a Maru de Navidad atrasada y aunque no sea su cumpleaños,
más tiquitiquitiqui con la computadora, y juegos de cocinero. Trabajar un poco pero ceder
más, dejarse llevar, de eso parece que estará hecho el año que empieza. Más
dedo y menos Luna, ¿es eso? En un año les cuento.
¡Qué dificil es cambiar el programa que uno tiene!
ResponderEliminarEl relato me encantó, lo pude vivir de punta a punta.
Pá
qué orgullo ser la tía Maru que aparece en este relato . ¨Lágrimas de emoción y risas intercaladas, me parece verlos!
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