Estaba volviendo a casa después de varios días de viajes y trabajo, subido a un micro con destino a Fray Luis Beltrán, por lo que en el momento del día en que la gente se reunió en diferentes puntos del país para mostrarse en contra del gobierno yo estaba en tránsito. Ahora que lo pienso muchas veces estoy de viaje entre una cosa y otra. Soy un pasajero en tránsito.
No me gusta escribir serio; me cansa. Pero me parece que hay cosas que no se pueden decir en tono de broma, o a mí no me salen así.Si hubiese estado en Buenos Aires, tal vez habría ido a la 9 de julio o a la Plaza, para ver qué pasaba, para escuchar un poco a los que me rodeaban, tener algo de información de primera mano, aunque la verdad es que cualquier grupo grande de gente y mucho más si está enfervorizada; me provoca cierto pánico y prefiero otros ámbitos de expresión. Claro que esto también me coloca en el lugar de los pechos fríos, de los antipopulares, los poco comprometidos, los apolíticos. Claro que soy irónico con la enumeración anterior ya que no creo que la calle sea el único lugar de participación.
De todas maneras, estar entre la gente también habría sido una parcialidad ya que no se puede recibir el todo de una manifestación. No hay un todo en una manifestación, salvo como masa impersonal. Lo que existen son facciones, hay ideas contrapuestas, hay expresiones diversas y uno accede a una parte, a lo que su experiencia sensible le permite y desde los propios esquemas mentales.
Igualmente creo, si forzara una conclusión apresurada, que la manifestación de ayer, así como contuvo diversos discursos, estaba destinado a distintos destinatarios. Al gobierno, encabezado por la presidente, pero también con algunas alusiones personales a distintos grupos e individuos -como La Cámpora, De Vido, Moreno, Echegaray y otros-, les toca una gran parte. A otros sectores como los representantes de otros estamentos de gobierno no alineados con el Kirchnerismo, como Macri y el PRO, la UCR, el Frente Amplio, diputados de distintos partidos y algunos gobernadores, les toca otra. Nótese en este punto que no hablo de gobierno y oposición. Lo hago así porque creo que hablar en estos términos es prestarse al peligroso juego -juego atractivo, superficial y si se me permite hasta instintivo y atávico- de los pares antitéticos. Aquí no hay, y en ninguna realidad hay, pares antitéticos que se definan en una batalla de opuestos. Pensarlo así y actuar en consecuencia es una forma de quedar también con dos conclusiones únicas e imposibles: vencer o ser vencido, aniquilar o ser aniquilado.
Si pensamos de manera simplista, las opciones son espantosamente claras:
1)
-Vos te manifestás en contra del gobierno, entonces querés que vuelvan los militares, el uno a uno y a regalar el país.
-No.
2)
-Vos estás del lado del gobierno, entonces te parece bien que distintos funcionarios nos traten como idiotas y nos agredan, mientras las libertades individuales se pierden en pos de un bien común que parece más excusa para enriquecer a un grupo político.
-No.
Ninguno de las dos maneras tiene solución posible en estos términos y creo que eso es parte de lo que estaría bueno pensar a partir del 8N. No es el fin de algo, es el pedido de cambios y de más cuidado en algunas cosas. Al menos de mi parte, con eso adhiero.
Me parece loable apoyar la mejora de la industria nacional frente a las importaciones sin control. Es importante que el Estado se comprometa en mejorar esta competitividad y que no sea simple subvención y monopolio de empresas de amigos. Suponer que el mercado se autorregula y que todas las organizaciones privadas (empresas y corporaciones) velarán por el bien de sus empleados y las comunidades en las que actúan por propia iniciativa, es no saber nada de cómo funciona la lógica capitalista.
Es también fundamental recuperar fuentes de ingreso y nacionalizar cuestiones que pueden ser deficitarias en beneficio de muchos. En este sentido entiendo que la educación, la salud, la circulación por el territorio, el acceso a la información y las reservas naturales, por ejemplo, son aspectos que deben protegerse y por los que el Estado debe velar. Apoyo la idea de que estos aspectos no deberían ser un valor de cambio al que accede una minoría.
Me parece que para hacer esto posible hay que incorporar visión a mediano y largo plazo, mecanismos transparentes, políticas claras, administradores competentes y no "cuadros políticos" o militantes, salvo que prueben que son militantes competentes y no sólo fieles soldados que se lanzan ciegos a la carga contra el enemigo que alguien señala desde arriba.
Percibo que hay administradores eficientes y políticos con vocación por el bien del país. Lo que también me parece es que son insuficientes y que falta humildad para entender que puede haber otras vías de acción, por fuera, por arriba o por debajo del "modelo".
Estoy muy cansado de sentir que se me toma como un ciudadanos sin la totalidad de mis facultades y derechos, como si fuera incapaz de manejar la realidad, y que se espere de mí -y de todos- el apoyo mudo a un proyecto que ejecutan ciertos "clarividentes". Estoy cansado de sentir que ante la primer pregunta o disidencia se me acuse de golpista, gorila o clase media. Y esto último como si tuviera que pedir perdón por mis ingresos, todos declarados y bien habidos, por mi deseo de progresar y de ayudar a otros a hacerlo.
Hay algunos indicadores de glorificación de la pobreza y esto me parece tristísima. La pobreza no es una virtud, es una desgracia que hay que erradicar. Claro que hay gente con mucho dinero que es a la vez muy pobre en otros aspectos. Hay ciegos sociales a los que la pobreza da asco, hay otros impotentes a los que les da pena, mientras por otro lado hay quienes ven en la pobreza un patrimonio político, un cúmulo de votos que manipular fácilmente. Creo que a todos debería desafiarnos la pobreza, debería resultarnos una provocación permanente a encontrar soluciones desde lo pequeño o lo macro, generar oportunidades para que desaparezca y no se reproduzca indeterminadamente. Seguramente hay mejores maneras de administrar bienestar a los que más lo necesitan que entregar dinero. Discutamos maneras de lograrlo.
Sería un buen gesto, con la presión que el Estado hace en la recaudación de impuestos sobre esta clase media que insulta con tanta liviandad, que utilice esos ingresos sabiamente, de un modo austero y transparente. Menos "pan y circo", planes y equis-equis-polis.
Por otro lado, me parece obscena la opulencia de la presidente, esperaba más grandeza de su parte y en realidad la espero de cualquier gobernante. La representante del Poder Ejecutivo tiene derecho a utilizar muchos recursos, pero podría no hacerlo y dar el ejemplo. Eso es algo que, opuestamente me gusta de Binner, por ejemplo, aunque todavía no pueda imaginarlo con el respaldo necesario para gobernar al país.
Y también está la cuestión de la forma, el tono sobrador, la soberbia, el guiño, la provocación. La presidente merece todo mi respeto y me parecen terribles los insultos que escucho proferir a unos pocos desubicados. Condeno esas expresiones. Cuando la escucho en alguna de las muchas alocuciones hago un esfuerzo enorme por separar sentidos y contenidos, por encontrar positivamente la esencia del mensaje. Muchas veces, en un enorme rodeo retórico, sólo queda el insulto y la insinuación al enemigo. Por favor, señora, aproveche la popularidad y las cosas que hace bien, para no caer en esas bajezas de gritos de barricada.
Por último, no quiero ahorrar en dólares, pero necesito un peso estable que me permita saber si lo que gano me servirá para llegar a fin de mes, si lo que pago es justo, si lo que me cobran no es un disparate. Sí necesito dólares para poder viajar al exterior y traer dólares bien ganados para pagar los sueldos del equipo de argentinos que trabajan bajo mi responsabilidad. El trámite podría ser más sencillo. Necesito trabajar afuera, porque el parate de ciertas industrias influye directamente en la facturación de mi empresa. Nadie da las cifras ciertas del impacto en la economía de pequeñas y medianas empresas en la adaptación al "modelo". Aquí, lo del INDEC no tiene nombre.
Coincido con lo que Mario Wainfeld escribe hoy en Página|12, en sus Apuntes sobre la marcha. Extraigo dos párrafos, a mi juicio, brillantes:
El kirchnerismo (...) debería evitar la tentación de confundir la parte con el todo. En dos sentidos. Uno, bastante trillado en el oficialismo, sería reducir la pluralidad de los manifestantes a su tramo más odioso, que existe y se hace notar. Pero la extrema derecha en Argentina es minoritaria y piantavotos, a diferencia de lo que ocurre en Chile, por ejemplo. Esos grupos ponen toda su carne al asador, es cierto, pero jamás suman tanto. Si pudieran lo hubieran hecho en Comodoro Py, ante cada sentencia ejemplar a los represores.(El destacado es propio.) Vale la pena subrayar, que no coincido con el reclamo del gobierno que dice que al que no le guste que busque políticos que los representen. El gobierno tiene la obligación de escuchar a todos.
Otra mala lectura sería creer que los que pusieron el cuerpo son los únicos que lo cuestionan, que rechazan (así fuera en parte) sus políticas públicas o que han sido damnificados en intereses propios en lo que va del tercer mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Si hay malestares allende los manifestantes. O si problemas de gestión, errores en políticas determinadas, impactan en el cotidiano de muchas personas. O sea, si hay argentinos que se quedaron en casa (en los que es forzoso reparar) disconformes o menos conformes que un año atrás. Tal es, en rigor, una obligación constante del Gobierno. Hechos como el 8-N deben inducir a revisiones o miradas panorámicas que trasciendan el sobrevuelo más inmediato. Sin apearse del contrato electoral, casi sobra consignarlo.
Y otro aporte en la misma línea que me parece destacable es el de Bruno Bimbi en LetraP, que anticipándose a los hechos reflexionaba:
Pero va a ir mucha gente, sin dudas. Y el gobierno no debería minimizarlo, ni decir que son todos fachos con la panza llena. El gobierno precisa rectificar cosas, entender que hay demandas insatisfechas, broncas, indignaciones diversas y muchos reclamos legítimos, y tratar de atender a esa expresión de una parte del país. No es con soberbia, negación o desprecio que se reacciona a una marcha que reúne muchos miles. Nunca un gobierno va a conformar a todos, pero estoy seguro de que podría mejorar su relación con muchos de los que van a ir.Para todos los que defienden al gobierno y a las distintas políticas que se llevan a cabo, me gustaría que escuchen un poco más. Mi compromiso es escuchar más, apoyar las cosas que considero acertadas del gobierno y seguir manifestando mi opinión cuando no coincida. Al final es mejor ser coherente con esta condición de pasajero en tránsito.